[3] Capítulo 2

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DUE NELLA STESSA VITA
(Dos en la misma vida)

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—¡¿Estás loco?! —inquirió Uriele Petrelli, luego miró de manera discreta tanto a su novia como a la de su hermano gemelo, quienes intentaban comunicarse con que la francesa dominaba del italiano. Trataban de hablar bajo.

—¿Vas a servirme como testigo o no? —atajó Raffaele.

Estaban en el registro de estado civil.

—¡No! —Uriele dio un paso atrás—. ¡No puedes casarte con una mujer que conociste hace dos meses!

Raffaele torció un gesto de cansancio y se volvió hacia su izquierda, hacia una pareja desconocida, y les preguntó algo en francés. Uriele pudo ver a los desconocidos sonreír y, tras mirarse uno al otro, asentir. Adivinó que les había pedido ser sus testigos de matrimonio civil.

—Debería dejar que te firmen estos desconocidos —masculló—. Al menos así papá no va a matarme.

—¿Entonces sí? —fue lo único que le interesó a Raffaele.

Uriele suspiró, frustrado, derrotado.

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—Eso fue un veintidós de Agosto —continuó Uriele—; era un sábado y yo volví el domingo a Italia, junto a Irene. Iba a contárselo a mi padre y evitarme problemas (aunque ya los tenía por haberle servido como testigo, claro)..., pero no lo hice. No habría podido delatarlo, además, no fue necesario que yo hablara.

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Giovanni Petrelli se enteró de que el menor de sus hijos había contraído matrimonio apenas un día después de que éste firmara el acta de matrimonio. Se enteró cuando la madre superiora, la directora de ese orfanato que él apoyaba económicamente, lo llamó para contarle que Audrey Delbecque se había casado, sin decirle a nadie, con un joven italiano de apellido Petrelli; la monja sólo descartaba posibilidades.

Para infortunio de Giovanni, efectivamente se trataba del menor de sus hijos.

—Siempre te quedabas callado —dijo Giovanni a Uriele, bajito, sin mirarlo. Parecía sumamente decepcionado—. Tu hermano hacía una estupidez y tú te quedabas callado; te castigué tantas veces, en su lugar, que perdí la maldita cuenta. Tenía la esperanza de que te hartaras y dejaras de encubrirlo y solaparlo en algún momento. No sucedió jamás así que intenté buscarle ventajas a tu debilidad: cuando el insensato hiciera algo realmente estúpido, al menos estarías junto a él. Alguien lo cuidaría... ¿Cómo es que no se me ocurrió que sería esa misma debilidad la que te llevaría a ayudarlo a embarrarse de mierda?

A todo momento, Uriele permaneció en silencio. Esa misma noche, Giovanni y su mujer tomaron un vuelo a Francia.

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—Tu abuelo tenía planeada la disolución el matrimonio y llevar a Raffaele a Italia, de regreso.

»Durante todo el camino, mi madre hizo suposiciones de lo que podría ser "ésa muchacha". Ni siquiera la llamaban por su nombre: el contador de mi padre hacía una transferencia cada mes, para los gastos de esas chicas, pero a tus abuelos no les interesó jamás nada sobre ellas, así que no tenían idea de lo que iban a encontrarse. Me habría gustado decirles que parecía una buena persona (y no la indigna "aprovechada" que creía mi madre), pero ellos no querían oírme en ese momento (me obligaron a ir con ellos). Más tarde, supe que estuvo bien que me quedara callado pues, tal vez, mi opinión sobre ella afectaría la primera impresión que tendrían ellos mismos.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now