[2] Capítulo 13

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LA CASETTA DI PIETRA IN GRECIA
(La casita de piedra, en Grecia)

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Para el primer martes de junio, sintiéndose más ansiosa que otras veces, se negó a abrir su puerta durante todo el día —tenía fruta y agua que había tomado de la cocina la noche anterior—, pero por la tarde, sin ser más capaz de soportar las ganas de orinal, esperé a no escuchar nada del otro lado de la puerta y corrió rápidamente a los sanitarios, y al volver... la encontró a ella, a esa monja rubia que había estado sobre ella desde el primer momento que Annie había sido recluida en el claustro; Adelina —luego de haberle rogado que le abriese la puerta, en diversas ocasiones a lo largo del día, y no obtener más que silencio la mayor parte del tiempo y variados "¡Déjame sola!", en otros— esperaba respetuosamente fuera de su celda.

Anneliese torció un gesto de cansancio que ni pudo ni quiso ocultar, y dejó escapar el aliento por la boca; a modo de respuesta, y consiente de la molestia que comenzaba a causarle, Adelina sonrió apenas, y bajó la mirada, algo avergonzada, pero insistió..., con ese maldito tono bajo y empalagoso que siempre la trataba:

—Te traje pastel y leche —le hizo saber, mirando al interior de la recámara.

Y aunque al principio Annie sólo se centró en que ella sí había invadido a su celda mientras ella no estaba, se dio cuenta de que la mujer tenía los párpados ligeramente hinchados y enrojecidos, y sus ojos azules estaban enmarcados de diminutas venas rojizas... Adelina lucía justo como cuando Annie lloraba.

La muchacha buscó el mencionado pastel con la mirada, mientras regresaba a su habitación, y se dio cuenta de que, la charola de comida sobre el buró, también contenía helado, jugo y chocolate, y sobre su cama, había un nuevo libro: viejo, de pastas duras, forrado de un material muy parecido a la gasa, en color rosa oscuro.

—¿Qué es todo esto? —le preguntó, seca.

Adelina le regaló otra de sus sonrisas tímidas —parecía triste—, y le contestó:

—Es tu cumpleaños. Creí que podría darte un regalo.

¿Su cumpleaños? Annie frunció el ceño, sorprendida, ¿era ya tres de junio? Ni siquiera se había dado cuenta. ¡¿Cuánto tiempo llevaba ya encerrada ahí?!

—¡No lo quiero! —se sintió colérica—. ¡Toma! —le exigió, entregándoselo.

Adelina cogió el libro mientras le regala otra de esas sonrisas suaves y, tras hacer un movimiento con su cabeza sin velo, muy parecido a una reverencia, salió sin decirle nada más; entonces Annie azotó la puerta y colocó su silla contra ella, golpeándola con fuerza sin pretenderlo.

Y al regresar a su cama, entre los pliegues de las sábanas blancas, notó algo que antes, robándose toda su atención aquel viejo libro rosa, no lo hizo: había una diminuta esclava de oro, en cuya placa, del lado izquierdo, tenía una perforación con la forma de una cruz. La levantó y, según sus dimensiones, no le encontró otro uso que un collar para ratón o... la pulserita de un bebé.

... ¿Era ése un regalo para su bebé?

Analizó la esclava y, al buscar el quilataje, al igual que hacía siempre cuando su familia le regalaba una joya nueva, se dio cuenta de que, además de éste, tenía grabada una «N», cuyos ángulos casi formaban un 8, y... recordó que ya había visto antes ésa N. La había visto en otra joya, justo el año anterior, cuando había alcanzado los dieciséis y su padre le regaló un medallón de rosas, el cual, ella creía, Raffaele desconocía que se trataba de un relicario, peor aún, que contenía su foto —siendo él sólo un muchacho, un par de años mayor que ella en ése momento—, y un pequeño mechón de sus cabellos...

Ambrosía ©Where stories live. Discover now