Capítulo 29

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DICERIA
(Rumores)

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—Volvieron antes —dijo Hanna, abriendo la puerta de su casa.

Matteo y Ettore, quienes tenían ya once años, entraron corriendo y subieron igual de rápido las escaleras, siguieron Lorena, Anneliese y Jessica, usando alas de mariposas, y al final, Angelo y Lorenzo.

—Sí —Gabriella suspiró—. Ya no... —sacudió la cabeza, ideando una mentira—... Ya no los aguanto —no la encontró: confesó, riéndose.

Hanna se forzó a sonreír.

—¿Terminaste lo que ibas a hacer? —tanteó Gabriela, sin estar muy segura del por qué Hanna le había dejado a sus hijos.

Sabía por qué se los había dejado Irene —a ella, quien trabajaba el día entero—: su padre, en Egipto, se había puesto mal y ella había corrido a verlo, pero Hanna no le había dicho qué haría.

—Eh —la alemana pareció dudarlo—. Sí, ya —y su mentira fue evidente.

—¿En serio? —siguió Gabriella—. ¿Te sientes bien? Te ves pálida.

Hanna enarcó las cejas.

—Me hace falta sol —se quejó.

—Oh —Gabriella fingió entristecerse por ella, llevándose una mano al pecho—. Y a mí me faltan cinco minutos de descanso —le puso una mano sobre un brazo—. Hanna, quédate a los niños esta noche —y, con «los niños», se refería a los siete: los suyos, los de Irene y los de ella—. Tengo muchísimo trabajo y —se interrumpió—... ¿Sabes cuándo vuelven Uriele y Raff?

Ellos habían ido a Roma. Gabriela no estaba segura de qué estaban haciendo ellos, ¿un bar?

—Ah —Hanna parecía dispersa—. Pasado mañana —sacudió la cabeza—. Entra, por favor —se hizo a un lado, percatándose de que su cuñada seguía parada en la puerta.

—Oh, no. Te digo que tengo un horror de trabajo. Y ellos me obligaron a llevarlos a los videojuegos. Dos horas completas —abrió sus ojos color chocolate.

Hanna, de nuevo, fingió reír.

—¿Entonces... —tanteó Gabriella.

—¿Qué?

—¿Te los quedas? Sólo esta noche, te lo juro.

—Oh, sí. No te preocupes.

—Bien —Gabriella la besó en una mejilla y se marchó, antes de que su cuñada se arrepintiera.

Hanna apretó los labios y cerró la puerta.

—Tía —la llamó Lorena—, ¿podemos pedir pizza?

—Mi mami dice que no podemos comer pizza todos los días —terció Jessica.

—¿Por qué no? —preguntó Annie; nunca había comprendido por qué su tía Irene decía eso. Hanna todo el tiempo daba pizza para ellos.

Jessica se encogió de hombros.

—Porque es malvada —aseguró Ettore, bajando las escaleras—. Tía, ¿vamos a comer pizza?

—Sí —sonrió ella—. Por cierto, no pueden bajar al sótano. Estoy revelando unas fotografías y ya saben, la luz las arruina. ¿De acuerdo?

Ambrosía ©Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt