[3] Capítulo 14

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CORPO E ANIMA, DIVISI
(Cuerpo y alma, divididos)

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Cuando él le gritó, Hanna se encogió en su lugar, sentada en el banquillo alto de la barra en el desayunador. Le temía, era la verdad.

Contraria a su reacción, Uriele se puso de pie y le ordenó a su hermano que se callara; su tono era moderado pero autoritario.

—¡Lo amputó, maldita sea! —insistió él. En sus brazos, el bebé lloró; Raffaele lo meció, calmándolo.

—Ésa es su cultura —le recordó, recalcando las palabras—. Es su religión.

—¡¿Amputar bebés?! —insistió él, con los dientes apretados—. ¡Maldita loca! —la miró de nuevo.

Los ojos grises de Hanna miraron a la salida, dando gracias de que Mika había salido —adivinaba cuál habría sido su reacción—, a la vez que rogaba porque él no volviera.

—¡Deja de llamarla de ése modo!

—¿Cómo lo tomarías tú si un día llegas a casa e Irene le cortó una pierna a tu hijo? —lo cuestionó.

Los ojos de Uriele se desviaron, por una fracción de segundo, hacia Hanna; fue apenas un momento, tal vez ni siquiera había alcanzado a verla realmente. Raffaele acababa de revelar algo, sobre él, que ella desconocía...

Uriele y Hanna evitaban algunos temas.

Más específicamente sobre la esposa de él..., y la manera en como ellos se habían conocido.

Uriele entendía que era un tema incómodo —horrendo— para ella; ¿qué clase de persona quiere revivir las continuas violaciones sexuales, una tras otra, por las que había pasado desde que era una niña de quince años? Que ella fotografiaba flores y aves, y que sonreía cuando la nieve comenzaba a caer a su alrededor, alargaba los brazos y giraba cuando nadie la veía, era todo lo que él necesitaba saber de ella.

Hanna, por otro lado..., no quería saber sobre su... esposa, así que nunca preguntaba. No quería saber qué clase de mujer —de princesa de cuentos— era quien tenía a Uriele Petrelli y, sobre todo, no quería escuchar de sus labios nada relacionado con ella; no quería escucharlo decir su nombre o cuánto la quería.

Pero ahora, gracias a ése desgraciado, ya lo sabía. Su italiano no era tan bueno, y ellos hablaban rápido, pero lo había entendido y ahora ya sabía que Uriele tenía un hijo.

Uriele tragó saliva.

—¿Y qué iba a saber ella que te importaba tanto un poco de piel? —respondió Uriele a su hermano, a cambio—. Para ella es lo nor--

—¡Exacto! —interrumpió—. ¿Qué iba a saber ella? ¿Por qué no esperar par--

—¡¿Para qué?! —ésta vez, interrumpió Uriele—. Esperar, ¿a qué? —se sentía enojado y quería regresarle el golpe—. ¿A que decidieras volver? —lo retó—. ¿Un mes? ¿Dos? Quizá, si conocieras a la mujer con la que tuviste un hijo, sabrías que, a los varones, en su familia, les practican la circuncisión a los ocho días, pero no es así, ni su nombre completo conoces, o su número telefónico, ni ella tiene el tuyo para que pudiera consultarte que va a cortarle las uñas y, si por algún motivo tienes la maldita impresión de que soy tu secretaria y voy a pasarte recados, estás equivocado —concluyó y, al momento, se arrepintió.

Estaba tan ocupado cerrándole la boca a su hermano que, de momento, no reparó en lo que acababa de hacer: lo había animado a intercambiar datos con ella.

El bebé continuaba llorando. Raffaele no fue capaz de responder a nada más y regresó a la habitación de Hanna. Uriele sentía el pulso acelerado.

—Lo siento —murmuró Hanna.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora