Capítulo 9

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BIANCA
(Bianca)

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Giovanni Petrelli solía decir que eran lobos, nacidos de un Alfa y una mujer humana. Decía que un lobo listo oculta sus colmillos y borra sus huellas y, por Dios, nadie sabía borrar huellas tan bien como lo hacía Giovanni Petrelli.

*

En la familia Petrelli estaba prohibido hablar de adopciones. Nadie había dictado la regla, pero lo era, y una bastante estricta, pues era un insulto para Anneliese y para el resto de la familia.

Así que ellos no hablaban de adopciones, pero todos, al menos una vez, habían pensado en... el tema... En Annie.

Por su parte, desde que se dio cuenta, Anneliese lo pensaba con frecuencia. Así que, el verano de sus trece años, cuando le dejaron como tarea, en la escuela primaria, localizar algunos datos de su registro de nacimiento, Annie lo aplazó tanto como pudo, pues no estaba segura de que sus padres quisieran prestársela —nunca había visto su acta de registro—. ¿Qué tal si ahí decía algo sobre sus padres biológicos?

—¿Y tú no quieres saberlo? —le preguntó Bianca Mattu, quien cursaba cuarto grado (un grado inferior al de Annie).

Aquella noche de jueves, Bianca y Jessica dormirían con Annie y, al día siguiente, Hanna las llevaría al colegio e Irene las buscaría a la salida, para que siguieran su pijamada, durante todo el fin de semana, en su casa.

Annie se encogió de hombros.

—No sé si me la van a prestar, siquiera —confesó ella, bajito, para que Jessica, quien había ido al cuarto de baño, no la escuchara.

—Pero, ¿tú no quieres saberlo? —insistió la niña. Annie no había respondido a su pregunta.

La rubia suspiró.

—Tal vez... Un poco. Sí.

—¿Qué quieres saber?

—No sé.

—¿El nombre de tus padres?

Anneliese sacudió la cabeza. Había pensado mucho en sus padres biológicos y siempre llegaba al mismo sitio: ellos la habían abandonado. Habían dejado a su niña a su suerte, sin importarles nada, sabiendo que jamás la volverían a ver, ni saber si estaba bien, si era amada, o golpeada, o abusada...

No quería saber nada de ellos, pero... tal vez sí de sus motivos y así sentir, un poco menos, que no le importó nada a quienes la habían engendrado. O quizá del lugar del que provino, eso también era bueno. Del lugar de donde sus padres —Raffaele y Hanna— la rescataron, siendo una bebita.

—No. Sus nombres no. Quiero saber en dónde nací. Mi mamá dice que llegué cuando tenía cuarenta días y--

—¿Que «llegaste»? —la interrumpió Bianca—. ¿Así lo dice?

—Sí. Y tomando en cuenta que mis papás se mudaron a Italia cuando Angelo tenía tres meses... No lo sé.

Bianca se relamió los labios.

—Matteo y Angelo nacieron en Alemania, ¿cierto? —preguntó, con algo de timidez.

Y Bianca no era tímida. Annie estaba aprendiendo a identificar cuando las chicas se acercaban a ella únicamente interesadas por alguno de sus hermanos, o primos. Este no era el caso de Bianca, por supuesto, pero Annie había estado notado que su amiga preguntaba cada vez más por Matteo, y no sólo eso: cada vez que estaba frente a él, sus mejillas tan pálidas tomaban color, y esa labia que la caracterizaba, desaparecía.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora