Capítulo 19

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TU SEI TUTTA LA MIA VITA
(Tú eres mi vida entera)

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Cuando Angelo se separó de Rita, su primer acto —sin pensarlo, sin planearlo, sin quererlo—, fue buscar a su hermana con la mirada. Antes ella había estado con Carlo, dos compañeros de grupo y, aunque por un momento —antes de Rita—, Angelo se había preguntado qué hacían tres tipos de cuarto grado con su hermana, ya no lo hacía. Ahora lo que se preguntaba era: ¡¿dónde estaba su hermana?!

¿Ella había ido a buscar a Jessica? Un momento atrás, había visto a su prima apoderarse del cuarto de baño; lo más probable es que, si Annie había visto algo que no le gustaba —algo que la había molestado... o desilusionado—, hubiese ido a buscar a su mejor amiga. Siendo así... ¿por qué esos tres tipos miraban hacia la calle?

¿Era, acaso, que ella se había marchado?

Rita se pegó a su pecho. Angelo no notó que ella estaba avergonzada por esa muestra de afecto en público, pero que de ninguna manera —aún si hubiesen estado en una iglesia— habría rechazado. Sin embargo...

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Angelo la apartó. La hizo a un lado de manera suave, pero decidida. Había sido un acto inconsciente y... ¿Por qué la alejaba?

Rita miró a su alrededor.

Algunas de sus compañeras le hacían la señal de aprobación, del César, mientras que Laura Giordano estaba tomando fotos (fotos que pronto, conociéndola, estarían en el periódico o el blog de éste)—. Rita sintió vergüenza: primero la besaba en público —¡esas cosas no se hacían en público! Pero... ¿cómo podría haber rechazado a Angelo? No a Angelo—, y ahora la alejaba. ¿Por qué? ¿Por qué actuaba como si lo que se hubiese metido a la boca fuera un trozo de comida o... una goma que mascó, escupió y olvidó? ¿Por qué estaba haciéndole eso?

Miró de nuevo a su alrededor. Casi todos estaban viéndolos.

—Angelo —lo llamó. ¿Por qué él ni siquiera la miraba? ¡¿Qué estaba buscando?!—. Angelo —lo llamó de nuevo, dándole un tironcito en la camisa.

Captó su atención... o casi lo hizo. Aunque Angelo la miró, Rita supo que él pensaba en otra cosa, ya que sus ojos grises revelaban impaciencia y un «¿Qué?!» implícito, pero... no era porque le interesara lo que ella tuviese que decir, sino porque quería que lo dejara concentrarse en su objetivo.

Al no obtener nada de ella, Angelo volteó nuevamente hacia la puerta de salida y, en ese momento, Rita comprendió que los pensamientos de él —incluso durante su beso— estaban en otra parte, lejos de ella. Entrecerró ligeramente sus ojos, confundida, dando un paso atrás.

Y a él ni siquiera le importó —ni siquiera lo notó—.

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—¿Qué van a armar? —tanteó Marcello, torciendo un gesto—. ¿Dos robots teniendo sexo? —en su voz no había aprobación o disgusto, sólo intriga y, por su expresión, parecía decirlo en serio.

Raimondo Fiori se rió; él estaba contándole a sus compañeros sobre su inscripción —con Angelo y Lorenzo— a un nuevo concurso de robótica, pero entendía la pregunta de Marcello: ellos ya habían participado antes, en otro concurso, y habían terminado en los periódicos como noticia cómica:

Ellos habían formado equipo y participado en la categoría de 14 a 17 años, pese a que los tres tenían sólo trece; convencieron a los jueces, de permitirles concursar, con su espléndido robot: una cafetera humanoide, de cincuenta centímetros, que se encendía sola, como despertador, y era capaz —además de moler los granos de café— de reconocer voces y recordar las preferencias de éstas: ¿simple o descafeinado? ¿Con crema y azúcar? ¿Con leche y canela? ¿Mejor un té?

Ambrosía ©Where stories live. Discover now