Capítulo 21

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TANTI AUGURI, MIA CONIGLIETTA
(Feliz cumpleaños, conejita)

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—¿Qué opinas? —preguntó Gabriella Petrelli, recogiéndole los cabellos rubios para que ella pudiese apreciar en su totalidad el vestido.

Estaban en Roma. Ésa misma mañana habían volado allá sus tías Gabriella e Irene; también la acompañaban Lorena y Jessica; en seis días, la rubia alcanzaría sus dieciséis y, al igual que habían hecho los últimos años, sus abuelos ofrecerían una celebración para ella. Aunque esta vez, estaban todos avisados, iba a ser modesta, ya que Giovanni seguía enfadado por el comportamiento de los gemelos, en su fiesta.

—A mí me gusta —respondió Irene, ante la falta de respuesta de la rubia—. Además, resalta muchísimo tus ojos.

Annie asintió, en silencio. Todos los vestidos que le compraban sus tías, eran azules. Y Annie odiaba los vestidos azules. Y las fiestas. Y las compras... En ese momento, lo odiaba todo. Lo único que quería, era meterse en su cama y seguir llorando.

—¿Por qué no me puedo poner vaqueros? —se escuchó preguntar, mirando la larga lista de vestidos que aún le quedaban por probarse (aunque no tenía vaqueros: su padre no la dejaba usarlos)—. ¿Qué caso tiene usar un vestido como éste, si van a estar puros ancianos?

Giovanni no quería adolescentes esta vez.

Cansada, Gabriella suspiró y se dejó caer junto a Jessica en el sofá de la elegante boutique —ella era una mujer de cuarenta y cinco años, alta (no tanto como Hanna), delgada y, al igual que sus hermanos, tenía piel bronceada y ojos color chocolate—. Irene se cruzó de brazos:

—Bueno, ¿y qué esperaban luego de lo que hicieron en el bosque? —la retó—. ¿Un abrazo?

Gabriella se rió:

—Tienen suerte de que su abuelo se esté ablandando o de que no hallara su tabla.

—¿Qué tabla? —preguntó Jess.

Lorena, quien hasta ese momento había permanecido ajena a la charla —pues se mensajeaba con Raimondo—, apartó su teléfono y cruzó una de sus piernas esbeltas, antes de decir:

—Con la que castigaba a tu papá y al tío Raff. Era una tabla gruesa, con perforaciones para que se filtrara el aire.

—¿De ésas que usaban antes, para golpear a los pobres esclavos? —se aterró Jess.

—Sí, de ésas. Pero no los golpeaba como a un esclavo: él era más cruel. Si mi tío Raff se portaba mal, golpeaba a mi tío Uriele, y viceversa.

Annie salió de su apatía y se volvió hacia su prima.

—¿Qué? —preguntaron la rubia y Jessica, a la vez.

—Ay, no era tan malo —le restó importancia Gabriella—. Era una estrategia para que uno contuviese al otro. Siempre estaban juntos, así que, si uno veía que el otro iba a hacer una estupidez, pues debía detenerlo para no recibir su castigo —les explicó.

Irene arqueó las cejas y suspiró:

—Uriele siempre estaba amoratado —recordó.

Lorena reprimió un bostezo y cambió de tema:

—Por cierto: ése vestido se te ve precioso, Annie.

—¿Tú crees? —tanteó ella, con desgano.

—Sí.

—Bueno —se conformó con rapidez—. Pues vamos por zapatos.

—¿En serio? —se quejó Gabriella—. ¿Así de emocionada?

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora