Capítulo 74

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TRA LA VERITÀ E LA BUGIA
(Entre la verdad y la mentira)

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Desde que encontró los boletos a Londres, Anneliese Petrelli no podía dejar de mirar a su hermano. ¿Realmente él se marcharía?... ¿Realmente la dejaría? No le dijo nada, sin embargo.

Al día siguiente, estuvo pensativa y distraída, y la profesora de historia, hablando sin cesar, comenzó a causarle estrés, por lo que pidió permiso para ir al baño, pero ni fue a los sanitarios ni volvió ya al aula. Quiso refugiarse en la biblioteca y, al pasar cerca del campo de deportes, alcanzó a ver al grupo de cuarto. Sin darse cuenta, comenzó a andar hacia ellos y se detuvo apenas poder ver con claridad a su hermano.

Notó que Rita Benedetti estaba con él y Anneliese se relamió los labios, preguntándose cómo un ser humano podía ser tan ciego, ¿acaso ella no veía que no le interesaba a él? ¡¿Por qué seguía buscándolo?! Se sintió frustrada... pero lo miró bien: alto, atlético e increíblemente bello, era un cabrón, sí, pero también era sumamente inteligente, educado, y provenía de una familia económicamente bien posicionada... Se preguntó, entonces, cómo una mujer no lo buscaría. Él era un sueño... «Que puede volverse una pesadilla cuando le pega la gana», se recordó... pero sus ojos azules no se apartaron de él y de Rita.

*

La cólera que Anneliese sentía contra su hermano, por Nicolas, comenzó a menguar lentamente. Llegándose el último viernes de abril, notó una maleta al pie de las escaleras y se preguntó si sería ésa la que utilizaría Angelo para marcharse a Londres..., lejos de ella.

Sintió cercano el adiós... y eso no le gustó.

Podía estar enfadada con él, pero lo tenía bajo el mismo techo.

Sin embargo, la maleta resultó pertenecer a sus padres. Ellos salieron esa noche y dijeron que volverían el domingo por la tarde.

El sábado por la tarde, Matteo salió de casa y, al poco rato, lo siguió Angelo. Y Anneliese se quedó. Se quedó con ese horrible sentimiento que había experimentado al creer que era la maleta de Angelo, se quedó sola y, sin saber qué más hacer, se puso a ordenar su recámara despacio —dio un nuevo orden a sus libros: estaban por orden jerárquico, de sus favoritos a los que menos le habían gustado, y comenzó a acomodarlos por color, alternándolos con sus pequeños cofres y sus muñecas; a Eveletta la puso a salvo, lejos de Kyra, en su escritorio, junto al libro que le regaló Nicolas—, hasta luego de las diez con treinta de la noche, cuando escuchó que la puerta, en la recámara de su hermano, se abría para luego volver a cerrarse.

Sin pensar en lo que hacía, se quitó la ropa muy lentamente, se desnudó toda y se metió dentro de una playera blanca, de Angelo, que le quedaba por debajo de las caderas y, algunas noches, usaba como pijama.

Descalza, salió de su recámara y, mientras se acercaba a la de su hermano, pensó en los cristales de los reconocimientos que había roto exactamente una semana atrás, pero estuvo completamente segura de que él ya había limpiado todo, sin dejar un solo trozo que pudiese cortarla. Era eso lo que él hacía cuando se rompía algo: la llevaba en brazos hasta una silla, o el sofá y, tras revisarle los pies, ahí la dejaba hasta haber limpiado todo.

Cuando abrió la puerta de la recámara y asomó por ella, gracias a la luz de la única lámpara que tenía encendida, se encontró con Angelo parado cerca de la cama; él estaba descalzo, se había quitado la camisa y, entre las manos, tenía un libro; también logró ver que los marcos de sus diplomas habían vuelto a los libreros y no a los muros.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now