Capítulo 25

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SYLVAIN
(Sylvain)

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—La reunión está muy divertida y todo, pero me marcho —anunció Raimondo Fiori.

Se encontraban en el aeropuerto. El avión de tercer grado, procedente de Inglaterra, había aterrizado hacían dos horas y, el de segundo, hacían tres, sin embargo, los Petrelli seguían ahí, en la sala de espera, con sus maletas amontonadas junto a los asientos.

La profesora de inglés —una de las acompañantes de tercero— era la responsable de entregar a los chicos a sus padres o tutores, y su informe decía que debía entregar a Angelo, Anneliese y Jessica, a Matteo y Ettore Petrelli; y ella los conocía bien —había sido su profesora de lengua en el instituto—: sabía que eran vagos e irresponsables y que llegarían tarde —hasta el momento, llevaban tres horas de retraso— por lo que estaba tentada a dejarlos marchar con el chofer que Giovanni Petrelli había enviado por Lorenzo y Lorena —quienes permanecían aún en el aeropuerto para poder llevarse a sus primos, en caso de que Matt y Ett se hubiesen olvidado de ellos—.

—Bien —suspiró la pelirroja, dramática—. Abandónanos —permitió a su novio.

Raimondo puso los ojos en blanco y, antes de que pudiera dejarse caer nuevamente sobre su asiento, retirando su intención de marcharse, alguien lo atrapó, pasándole un enorme y musculoso brazo por el cuello.

Se trataba de Ettore, sometiéndolo tal y como hacía cuando niños; Ett gozaba de la estructura ósea de los varones Petrelli: más de 1.90 m. —por lo que era aproximadamente diez centímetros más alto que Matteo—, complexión fuerte y una tendencia natural a desarrollar musculatura; y no era un hombre feo —en realidad, estaba lejos de serlo: su rostro, de mandíbula cuadrada, era armonioso y masculino, y además de alto, era atlético, con una sonrisa de dientes blancos y colmillos alargados, de bellísimos ojos color miel (idénticos a los de su madre y hermana), de largas y espesas pestañas—, pero su atractivo radicaba, principalmente, en su buena disposición para con los otros, en su sentido del humor sátiro, en su seguridad y en la naturalidad con que se desenvolvía.

—Hola, Ett —se quejó Raimondo—. También me da gusto verte —dijo, intentado zafarse de él.

—¿Dónde estabas? —gruñó Jessica a su hermano—. ¡Llegue hace tres horas!

—Ya llegué —respondió a cambio él, tranquilo—. ¿Ya tienes tu maleta?

—¿Tú qué crees? ¡Llegué hace tres horas, estúpido! —siguió ella, comenzando a enfurecerse.

—¿Dónde mierda estabas? —susurró Angelo a su hermano mayor.

Matt sonrió ligeramente, como si le hubiese saludado:

—Teníamos un problema con la camioneta —se excusó.

Y todos los presentes —todos— creyeron que era mentira.

Lorenzo llamó a la profesora encargada, alzando una mano:

—Ya llegaron Matt y Ett —le avisó.

La mujer rubia y regordeta miró en dirección a los chicos Petrelli e intentó disimular una sonrisa de alivio —ellos eran los últimos alumnos de segundo y tercero, que seguían en el aeropuerto—.

—¿Cómo está, profe? —la saludó Matt, cuando ella se acercó—. Me gusta su corte nuevo —halagó luego, con absoluta familiaridad.

La profesora se limitó a sonreír y pasarse una mano por sus cortísimos cabellos.

—Gracias —aceptó, luego le entregó algunas hojas apoyadas en una tabla plástica—. Firmen aquí, por favor, para que puedan llevarse a sus hermanos.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora