[3] Capítulo 6

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I SUOI OCCHI DI GATTO
(Sus ojos de gato)

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Él había pagado por su inocencia y se había esforzado por obtenerla..., haciéndola temblar de dolor hasta que finalmente ella soltaba un grito que se obligaba a frenar... o eso creía él.

El dolor, para Hanna, no había sido ningún problema: ella habría accedido a que le arrancaran dedo por dedo, y luego siguieran con cada mano y pie, si eso le daba una oportunidad a Mika... Mika lo valía... y Hanna Weiβ había llorado por el horror, por el asco, por lo indefensa que se había sentido entre las garras del infrahumano que no dejaba de jadear en su oído, ni decirle palabras repugnantes en susurros, de sudarla y, ¡por Dios! Ella le había dicho que en la boca no, ¡y él seguía dejándole su saliva espesa y asquerosa en los labios!

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Irene pidió a Sandro que se callara un momento, pues Sylvain, quien estaba aprendiendo ya las sílabas, estaba a punto de aparecer en la grabación. El año anterior, Raffaele y Audrey habían comprado su primera cámara de video, de VHS, y el orgulloso padre no había dejado de filmar a su primogénito, quien aún no alcanzaba los tres años, pero ya conectaba consonante con vocal. Raffaele o estaba enseñado.

Irene se llevó ambas manos a la boca, emocionada y enternecida, mirando en la televisión y escuchando al sobrino de su novio.

—¿Oíste, mi amor? —preguntó ella a Uriele.

—¡Lo he oído como veinte veces! —se rió él: siempre que podía, Raffaele presumía a su inteligentísimo hijo.

Él no estaba tan seguro de eso: todos los niños, a los dos años, ya leían sílabas, ¿no?... ¿No?

Era el tercer domingo de septiembre y las tres parejas se habían reunido, para la cena, en un pequeño departamento que había comprado recientemente Sandro, con vista al océano.

—Quiero que nuestros bebés sean todos iguales —siguió Irene.

Uriele, parado detrás del sofá donde se encontraba sentada su prometida, se inclinó y le besó la cabeza al tiempo que Gabriella, recargada en las puertas de cristal, en el balcón, ya algo pasada de copas —pero aun sosteniendo otra en la mano—, no pudo contener una risilla mientras daba una calada a su cigarrillo, y comentó:

—O puede que salgan al tío Marco —advirtió, dejando escapar el humo hacia un lado—. Lo de él es hereditario —arqueó sus cejas, intentado parecer seria.

Irene perdió la sonrisa. Y aunque Uriele le rió el chiste a la hermana —cuando ella estaba ebria, tenía un sentido del humor muy similar al de Raffaele—, pero debatió:

—Si a éste imbécil —señaló a su hermano gemelo con el pulgar— no le salieron le salieron medio idiotas, ¿por qué a mí sí?

—Compensación —aseguró ella.

Audrey, como siempre cuando encontraba inadecuado un tema, no participó.

—Oye —terció Sandro, frunciendo el ceño, quitándole suavemente el cigarro a su novia para darle una calada, y le dijo—: pero eso también va para nosotros, ¿no? ¿Y si nos salen locos?

A modo de respuesta, Gabriella dejó escapar el aire por su nariz en una risilla burlesca. ¿Hijos?

—Tengo hambre —mintió Audrey, cambiando de tema, ¿podían ellos ya dejar de decirle cosas tan feas a Irene?—. ¿Le sirvo más pasta a alguien?

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Cuando la víctima de una violación dice que se siente «sucia», no habla de polvo y mucho menos de manchas espirituales. Habla de la sensación fija, permanente, del contacto de su violador. De sus manos, su lengua, su peso, sus palabras, sus jadeos, su sudor... de él, destrozando su interior. De su saliva, de sus gérmenes, de los virus contagiados que, aunque se lave, no se van... Sigue todo ahí porque sigue en su mente...

Ambrosía ©Where stories live. Discover now