[3] Capítulo 4

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DUE MONDI
(Dos mundos)

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Luego de que Jason Weiβ muriera, luego de que la comida comenzara a faltar en su familia, Hanna nunca pensó en lo injusto que era que, además de sufrir su muerte, también tuvieran que penar con carencias...

No lo pensó porque no le importó: ella quería a su padre y, las cosas de las que él proveía su hogar, quedaban en segundo plano, sin embargo, cuando Emma le dijo que ya no podía ir a la pequeña fábrica y continuar ayudándola, Hanna no sólo pensó en que habría menos dinero en casa, sino también en falta que le hacía su padre: si él estuviese con vida, ningún hombre se habría atrevido, jamás, a tocarla de aquel modo —¡ni siquiera a mirarla!—.

Pero su papi ya no estaba ahí, para protegerla...

El primer sábado de octubre, antes de cumplir siquiera catorce años, Hanna comenzó a trabajar los fines de semana, como mesera, en un restaurante.

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Junio era su mes.

Raffaele había nacido el día primero, Audrey el segundo y, el hijo de ambos, el tercer día del mes; el año anterior no habían podido hacer mucho, pues Sylvain estaba por nacer, pero cuando él cumplió un año, la pareja decidió tomarse libres los últimos días de mayo y los primeros de junio.

Junto a Adelina, visitaron las playas de Grecia, y la familia Petrelli se encontró con la pareja en las islas, para festejar el primer año de Sylvain, quien dio sus primeros pasos, descalzo, sobre la arena, sujeto a las manos de Giovanni.

Al verlo andar, intentado alcanzar a su padre, Audrey pensó en que tal vez ya podría volver a la universidad..., pero pocos meses luego comenzó a sospechar de un nuevo embarazo. Esta vez, cauto, Raffaele no dijo absolutamente nada cuando ella le habló de su inquietud, y continuó en silencio hasta que la vio sonreír —antes de llegar al orfanato, ella había crecido sus primeros años en una familia y, aunque con las monjas encontró un buen hogar, nunca dejó de extrañar a la primera; Raffaele, Sylvain y, ahora, este nuevo bebé, representaban para ella incluso más de lo que había tenido con sus padres: ellos eran su familia—; fue entonces cuando Raffaele la cargó en brazos y la llenó de besos.

—Quiero una niña —le advirtió.

—Sí, déjame configurarla —jugó ella.

** ** **

Hanna decía que tenía diecisiete años, pero sólo tenía catorce.

Se aumentaba la edad para que las personas confiaran en ella y le dejaran al cuidado de sus hijos mientras ellos salían. El trabajo como niñera, luego de la escuela, representaba un ingreso tan insignificante que apenas lo notaban en casa, por lo que no fue una gran pérdida cuando tuvo que dejarlo para cuidar el tiempo completo de Mika, mientras su madre trabajaba; los órganos del niño, debido al agresivo tratamiento, estaban comenzado a resentirlo. Pero al menos el tumor no crecía, el tratamiento servía..., aún.

** ** **

Audrey sonrió, apoyándose contra el marco de la puerta principal en casa de sus suegros, observando a Giovanni Petrelli montar a Sylvain, su pequeño bebé de apenas dos años, tan rubio como ella, sobre uno de esos enormes perros.

Se sentía aún algo nerviosa; en ese momento, ya sabía que esos perros eran incapaces de hacer ningún daño a la familia, pero... ¡eran tan grandes!

—No —escuchó a su suegro sermonar a Sylvain, riéndose con suavidad, pues el niño halaba el pelambre del perro, provocando que éste volteara a mirarlo con enfado—; suelta su pelo. No lo jales o ya no te dejará montarlo. Abrázalo.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora