[2.3] Capítulo 30

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BECKY I
(Becky I)

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La charla entre Anneliese y Uriele la interrumpió un par de golpecitos dados al marco de madera, de la puerta.

Se trataba de Jessica abrazada al muro, mirando a su padre a la expectativa.

Uriele apretó los dientes y suspiró, mirando a otro lado.

—¿Ya no vas a hablarme nunca más? —gimió Jess, con voz tierna, torciendo un gestito.

Annie dio un paso atrás, buscando escabullirse.

—Ven acá, insensata —dijo el hombre al final, tendiéndole un brazo.

Jess corrió de puntillas y lo abrazó.

—¿Por qué no viniste a mi boda? —le reprochó ella, con la cabeza apoyada sobre el pecho de su padre.

—Te dije que no te casaras —le riñó él—. Recién cumples dieciocho años, Jessie, vas a arrepentirte —le buscó la cara y la acarició—. Y es un drogadicto sin trabajo y--

—Ya no se droga —defendió ella a su marido—. Y sí tiene empleo: se dedica al modelaje de manera profesional.

Uriele torció un gesto que, por sí solo, decía «¿Estás bromeando?».

Al verlos, Annie sonrió al tiempo que arrojaba algo de aire por su nariz... y entonces se dio cuenta de que no era una sonrisa lo que había esbozado, sino un gesto de dolor...: ella se había sentido de aquel mismo modo entre los brazos de su padre...

Mirando los bucles color chocolate, de su prima..., los fingió dorados y, siendo Uriele tan parecido a su gemelo... los vio en ellos. A sí misma y a Raffaele, abrazándola de aquel mismo modo y ella ocultando su rostro en el torso musculoso... La única diferencia era que Uriele jamás lastimaría a su hija, ni expondría a los hijos de ésta.

Miró hacia la puerta, sintiendo un ligero ardor en los ojos... y se encontró con su hermano aproximándose lentamente, se encontró con la única persona que siempre había estado ahí, cerca de ella, tendiéndole sus brazos cálidos y protectores, cuando el mundo entero se volvía un infierno.

Sonrió una vez más, pero ahora de manera auténtica —si lo tenía a él, no necesitaba nada más, ¡absolutamente nada más!—, mientras iba a su encuentro; lo abrazó con fuerza, por la cintura, y aunque él la envolvió con delicadeza, pudo sentirlo tenso.

—¿Qué quería? —le preguntó él, en un susurro.

Ella sacudió la cabeza, sintiendo la textura suavísima del suéter color gris oscuro, de tela ligera, que él vestía aquel día.

—La abuela nos llama para almorzar —los interrumpió Lorenzo—. Ah, yo tenía razón —suspiró—, nos preparaba para la noticia de que mi abuelo nos dejó en la calle —Annie lo miró y él frunció el ceño—. Menos a ti —le dijo—; tú no comes —decidió, fingiendo desprecio.

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Uriele les hizo compañía para el almuerzo —ocupando el lugar de Gabriela, quien no mostró su rostro luego de la lectura— y también él notó la abundancia de comida.

—¿Estás intentado engordar a alguno para comértelo? —bromeó con su madre, sonriendo... hasta que Nicolas y Jessica cruzaron las puertas de la cocina. Perdió la sonrisa entonces, pero sus labios quedaron entreabiertos, por lo que el brillo de sus colmillos blancos era visible.

El francés abrió sus ojos verdes, jugando con Annie, como si le dijera «Allá voy», sin embargo, él no hizo ninguna clase de esfuerzo por hablar con su suegro.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now