Capítulo 45

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DOPPIO APPUNTAMENTO
(Cita doble)

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Al igual que había sucedido toda la semana, cuando Angelo Petrelli entró al comedor aquel viernes, pudo ver a su hermana desayunando junto al francés.

La vio reír incluso.

Eso lo hizo sentir...

A otro le regalaba sonrisas mientras que, a él, su ausencia.

Se descubrió escribiéndole, pero ella sacó su teléfono de la bolsita de su suéter oscuro, miró el nombre del contacto que la mensajeaba y... volvió a guardarlo, sin siquiera leerlo.

Eso sí lo hizo enfadar.

—¿Tu teléfono no sirve? —le espetó, apenas llegar donde ella.

No le importó perder la compostura frente a las personas que la acompañaban, en la mesa. Anneliese lo miró a los ojos, avergonzada; a él le dio lo mismo.

—Ahora regreso —dijo a Jessica, y siguió a su hermano hasta la puerta.

—¿Qué mierda haces tanto con él? —le preguntó, mientras caminaban.

Cruzaban el pasillo hacia los campos de deportes.

—¿A dónde vamos?

—¿Qué haces tanto con él, Anneliese? —insistió él; no la miraba.

—Yo no estoy... —se esforzaba por mantener su paso—. Es primo de Laura, está con ella, no conmigo.

»Ya no quiero ir más lejos —suplicó, deteniéndose detrás de la oficina del entrenador de soccer.

Él pareció aceptarlo.

—¿Sí? —la acorraló, apoyándose con una mano contra la pared—. Pues creo que pasan demasiado tiempo juntos. No quiero volver a verte con él —le ordenó, absoluto. Se sentía frustrado.

—¿Por qué no? —preguntó ella, bajo.

—Porque no quiero.

—¿Con quién desayuno, entonces? ¿Sola?

—Me importa una mierda —la sujetó por un brazo y la acercó más a él—. Te alejas tú de él o lo alejo yo —le advirtió.

Por primera vez en su vida, Angelo estaba celoso... Celoso, inseguro, temeroso, frustrado, y también molesto. Sobre todo, eso.

Él no sabía cómo sobrellevarlo.

Y mucho menos Annie.

//

A ella se le enrojecieron los ojos. La semana entera había estado lejos de él, extrañándolo a cada instante, deseando arreglar sus problemas y...

Se sintió terriblemente desilusionada.

—¿Era todo lo que querías? —le tembló la voz. Intentó liberar su brazo.

—¿Oíste lo que va a pasar, Anneliese? —él la apretó con mayor fuerza.

—Sí —gimió—. Suéltame —le suplicó.

Y él la dejó con brusquedad, empujándola un poco, luego se dio media vuelta y... la dejó.

A Anneliese se le cayeron las lágrimas al tiempo que un sollozo le brotaba de la garganta. No pudo salir ya de ahí. No quería que nadie la viera llorar. Tomó asiento sobre una roca plana y se quedó ahí, secándose las lágrimas hasta que sonó el timbre que anunciaba el final del receso. Fue entonces, poco tiempo luego, que escuchó pasos en su dirección. Annie intentó controlarse y se limpió las últimas lágrimas, esperando.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora