Capítulo 51

157K 12.1K 5.7K
                                    

DETTAGLI
(Detalles)

.

Hanna Wieβ ahogó el grito de terror, que apenas salía de su boca, con sus manos.

¡¿Qué te ocurrió, Mattie?! —ella intentó entrar al cuarto de baño, junto a él, pero el muchacho cerró la puerta antes de que pudiese mirarlo.

Ella se volvió hacia Mika para hacerle la misma pregunta, cuando le vio algunas contusiones rojizas en la mandíbula. Por un momento, Hanna imaginó que ellos habían peleado, pero desechó rápidamente la idea: él jamás torcería un solo pelo a Matteo.

—¿Qué pasa? —inquirió Raffaele, asomándose por las escaleras, inquieto; vestía sólo bóxers—. ¿Dónde está Matt?

—¡En el baño! —gimió Hanna—. ¡Está sangrando mucho!

Para ese momento, Angelo y Annie ya se habían puesto de pie y esperaban en el marco de la puerta de la sala, justo frente al cuarto de baño. Emma se encontraba detrás de ellos, petrificada, ni siquiera notaba el rastro de sangre que había dejado su nieto, a su paso.

Raffaele, siendo él, bajó rápidamente las escaleras, imponente, casi salvaje, luciendo un torso poderoso.

—¿Qué le hiciste? —inquirió a Mika, notando los golpes en su cara, señalándolo con su índice derecho.

El alemán, sin mostrarle una pisca de temor, apretó los labios y, lleno de ira, le ladró algo... una sola palabra. Sólo Hanna y Angelo entendieron el significado.

—¡¿Qué me dijiste, hijo de puta?! —Raffaele dio una zancada larga en su dirección; Hanna se interpuso entre ellos.

Emma gritó, aterrada, comprendiendo lo que sería de su hijo si ese hombre, sacándole más de quince centímetros y pensado lo doble, lo tenía entre sus garras. Angelo torció un sutil gesto de dolor y apartó a Anneliese.

—¡Raffaele! —gruñó Hanna—. ¡No te atrevas, Raff!

—¡Él no me hizo nada, papá! —gritó Matteo, desde el cuarto de baño aún cerrado; su voz se escuchaba amortiguada.

—¡Ábreme! —Raffaele golpeó la puerta con el puño—. ¡Abre o tiro la puta puerta!

Con una toalla pequeña, empapada de agua y sangre, cubriendo su nariz, el muchacho obedeció. Hanna se apresuró y le quitó la toalla: la hemorragia no venía de la nariz, sino del labio superior reventado.

Anneliese se sujetó de Angelo.

Matteo le arrebató la toalla a su madre y volvió a cubrirse, o al menos lo intentó, su padre lo sujetó por la mandíbula, como si fuese un niño que se negaba a tomar su medicina, y lo miró atentamente.

—¿Qué mierda te ocurrió? —le preguntó—. ¡Te falta un diente!

—¡El tío Mika no me hizo nada! —siguió el muchacho. Siseó un poco por el hueco en su boca—. Él me ayudó.

—Necesitas que te suturen eso —el hombre pareció ignorar la aclaración de su hijo—. Trae el auto, Hanna —le ordenó, yendo a su habitación a ponerse ropa; habían alquilado uno en el aeropuerto.

Esa noche, Anneliese tuvo un pensamiento intrusivo de lo más cruel: se dijo que era irónico que, justo unas horas antes, Raffaele Petrelli hubiese dicho que no quería salir a buscar un hospital y, en ese momento, exactamente eso haría. Se empezó a reír, bajito; Angelo la miró con atención, pues sus hombros finos se agitaban. Se rió luego más fuerte, y más y, de repente, asustada como estaba, se le cayeron las lágrimas.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now