[3] Capítulo 9

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WEIL ICH MIT DIR GESTORBEN WÄRE
(Porque me moría contigo)

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Al despertar, ella ya no estaba.

Pensaría que había sido un sueño... si no fuera porque, el valor que le había dado el alcohol, una vez que se encontró sobrio, se volvió temor —verificó su estado, sus pertenencias y, tras vomitar en el diminuto cuarto de baño—: lo pensó. No sólo le había sido infiel a su mujer...: había tenido relaciones sexuales con una prostituta.

Había tenido sexo, sin protección, con una prostituta.

Sudando frío en la piel y caliente el interior, su estómago se revolvió y vomitó una vez más —¿había bebido tanto tequila?—. Se duchó, lavándose casi desesperado, y luego huyó al aeropuerto. Ni siquiera le llamó a su hermano. No se despidió de él. Y mientras esperaba su vuelo, sentado en una cafetería... nuevamente pensó en lo que había hecho a Audrey.

Le había fallado a Audrey.

¿Tenía que decírselo? «Claro que no», se dijo de inmediato, aterrado.

¿Contaba como infidelidad si ésta había sido con una prostituta?

«... Lo es», se respondió rápido, para su pesar.

Peor aún, ¿y si ahora estaba infectado de sida? Ésa era una enfermedad relativamente nueva, pero que había matado ya a miles de personas y... Raffaele sentía que se moría.

Durante las dos horas de vuelo, a Francia, no dejó de temblar ni pudo relajarse un solo minuto —nunca se había sentido de aquel modo. Tenía que evitar que su mujer se enterara y también tenía que hacerse exámenes sanguíneos—, pero aquella tremenda tensión no fue nada en comparación cuando abrió la puerta de su casa y Sylvain le gritó "¡Papi!", mientras Sebastian corría hacia él y Audrey, con su melena tan rubia, sus ojos tan azules y su sonrisa tan cálida, asomaba por la sala de estar, verificando si realmente era él —lo esperaba más tarde—.

—Hola, mi amor —le dijo ella.

Raffaele sintió ganas de llorar. ¿Y si ella se enteraba? ¿Y si estaba infectado?

Evitó que Sylvain y Sebastian lo besaran en los labios, como solían hacer al recibirlo...a su mujer no pudo hacerle lo mismo. El corazón le bombeaba en el pecho como un martillo que le llegaba a los oídos y retumbaba en el cráneo.

—¿Te sientes bien, cariño? —le preguntó ella, comprobando su temperatura, notando la capa de sudor que él tenía sobre la piel. Seguían parados cerca de la puerta principal.

—Sí —mintió él, pero lo reconsideró—. No sé.

—¿Comiste algo? —supuso ella.

«Sí. A una puta».

—Ve a recostarte —le pidió ella.

—No, creo que —se apartó con suavidad de ella—... ¿sabes? Iré a ver al médico. No he parado de vomitar desde la mañana.

Audrey frunciendo el ceño, preocupada, y asintió.

—Déjame cambiar a los niños.

—No: yo iré solo; no hay necesidad de meterlos al hospital —Raffaele nunca había sentido ninguna clase de emoción negativa por los hospitales..., hasta que fue padre y entonces pensó en la cantidad de enfermedades que se podían adquirir en esos lugares.

—Pero, ¿vas a conducir así? —ella fruncía el ceño—. Déjame pedirte un taxi.

Raffaele se sentía mal físicamente y ahora... Dios, ella lo quería tanto.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now