[3] Capítulo 15

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BACI CHE GUARISCONO
(Besos que curan)

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Al contrario que Hanna Weiβ, quien intentaba borrar marcas dolorosas, las memorias amargas, traumáticas..., Raffaele quería borrar los recuerdos agradables, los placenteros, los excitantes...

Quería olvidarse para siempre del sabor de su piel blanca, de sus labios..., de su cuerpo esbelto, elegante, perfecto, firme, pero voluptuoso..., que le había hecho sentir tantas cosas cuando se encontró dentro de ella.

Trataba de no fijarse en lo hermosa que era, se repetía a cada momento —cada vez que su fragancia natural le llegaba a la nariz—, que podría perder al amor de su vida. Tenía que recordarse que amaba a Audrey y que se había jurado que nunca más volvería a faltarle...

Raffaele quería verla sólo como la madre de su hijo, sin embargo..., para él, lo natural, era la intimidad —y no sólo sexual—, y hasta cierto control, en y con la madre de sus hijos.

Comenzó sutil, simple.

El primer día de junio —el cumpleaños número veinticinco de Raffaele— fue miércoles; ésa semana no visitó a su hijo en lunes, como acostumbraba, sino un poco antes —lo había buscado en el pueblo de Hanna, en la casita que aún su hermano le ayudaba a arreglar—, y le avisó que no podría visitarlo en al menos quince días. No le dijo por qué y ella no preguntó —si él decidía desaparecerse el año entero, a ella le tendría sin cuidado—, pero Uriele se lo explicó: junio era el mes de su familia, él cumplía años el día primero, su esposa al día dos, su primer hijo al día siguiente y, su segundo hijo, el dieciséis, por lo que ellos se tomaban algunos días para celebrarlo —no era necesaria la información, pero Uriele siempre le hablaba de la esposa de Raffaele, cada vez que tenía oportunidad—.

Hanna entonces creyó que él visitaría a Matt luego de la tercera semana del mes, pero había sido así: diez días era lo que Raffaele había podido pasar sin ver a su hijo.

El segundo miércoles de junio, ya por la noche, cuando Hanna, Matt y Mika volvían a casa, luego de haber pasado la tarde entera paseando, lo encontraron sentado fuera del departamento.

—Te estuve llamando a tu celular —le hizo saber, poniéndose de pie mientras ella abría la puerta.

—Lo apagué —dijo Hanna.

—El objetivo del aparato es que se te pueda localizar —obvió él.

Hanna, como siempre, disimulando con Mika —quien ni siquiera miraba a Raffaele—, no respondió. Terminó de abrir y entró, mientras él sacaba a Matteo del carrito para bebé; él ya tenía seis meses y ya lograba sentarse solo, ayudado con cojines. En realidad, había sido Raffaele quien lo había hecho sentarse y... ¡cómo detestaba Hanna que él llegara e hiciera eso! Sí, de acuerdo, había sido una hermosa sorpresa verlo sentadito ya, pero él siempre llegaba, desde que lo había encontrado circuncidado, y lo desnudaba todo, lo revisaba completo —cabeza, ojos, nariz, orejas, detrás de las orejas, cada mano, pie, dedo, genitales... ¡Como si ella le fuese a hacer algo malo!—, y luego se ponía a ejercitarlo —encogiéndole las piernas, haciendo a Matt que lo cogiera por los dedos, con sus manitas, y obligándolo a sentarse una y otra vez... ¡Como si ella no ejercitara a su hijo y lo tuviera sólo ahí, tirado como bulto!—, y luego se ponía a hablarle —como si ella no le hablara el día entero—.

Una tarde, Mika se había burlado "¿Será retardado o no sabrá que él tiene sólo seis meses?", le había preguntado a su hermana, al ver a Raffaele diciéndole una y otra vez la misma palabra al bebé, como si quisiera que la repitiera, y aunque ella se había reído..., la verdad es que Matt, horas luego, había pronunciado las mismas bocas que contenía la palabra que le había recitado, al oído, una y otra vez.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora