Capítulo 33

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IL SERMONE
(El sermón)

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El treinta y uno de octubre, de ese año, fue miércoles, y Jessica organizó en su casa un maratón de películas de horror japonesas. "Son mejores que las occidentales", decía ella.

Había invitado sólo a sus primos —y a Raimondo—. Seguía sin hablar con Bianca —en la fiesta de Carlo no se habían mirado ni una sola vez—. Anneliese creía que, esta vez, el rompimiento de su amistad era definitivo; Jessica le había pedido incluso que dejara de escribir en el periódico.

—¿Cómo es que se acaban tan rápido la comida? —preguntó Jess a los chicos, mirando la charola vacía, donde antes había carnes frías y quesos.

—Son adolescentes en crecimiento —le explicó Lorena—. ¿Qué esperabas?

Jess torció un pucherito, pensando en que la película ni siquiera iba por la mitad.

—¿Vamos por más carne, Annie? —invitó a su prima.

¿Hum? —la rubia la miró algo sorprendida. Ella no estaba prestándole atención a la cinta: había estado pensando en el (espantoso) final de un libro que recién había terminado—. Sí —aceptó de inmediato. Le dio a Angelo el jugo de cartón que se bebía y se levantó de un salto; al hacerlo, no se dio cuenta de que la falda escolar, de color gris oscuro, se había pegado a sus muslos, mostrando el inicio de su glúteo izquierdo.

Los ojos de Angelo, aunque fue sólo un instante, miraron directo a su trasero.

Lorena Petrelli, con cuidado, lo observó todo, luego divagó por la habitación, disimulando... y los ojos verdes de su hermano, clavados en Angelo, le dijeron que también él lo sabía. No le sorprendió. Lorenzo y él pasaban mucho tiempo juntos. Era natural que su mellizo lo descubriese incluso antes que ella.

Se preguntó si debía contarle a su hermano lo que ella sabía sobre Annie. O mejor aún, a Angelo mismo...

—Voy a buscar más uvas —la distrajo Lorenzo, poniendo pause a la película.

Zenzo —lo llamó su melliza—. Mañana tienes cita en el laboratorio —le recordó. Con frecuencia, había que recordarle a Lorenzo su hemofilia (ya que él parecía retarla todo el tiempo) y los alimentos que debía comer con moderación.

El muchacho puso los ojos en blanco.

—Lo sé —masculló, y su tono insinuaba un «Como si pudiera olvidarlo».

El muchacho bajaba las escaleras despacio, cuando escuchó que Anneliese y Jessica gritaban en la cocina, aterradas. Lorenzo Petrelli se detuvo apenas un segundo, luego corrió a buscarlas. En el camino, sin darse cuenta, tiró un par de estatuillas de esfinge —bañadas en oro— que adornaban la sala principal. Y al llegar a la cocina, se encontró con que...

... un engendro, salido del sótano, jalaba hacia él a Jessica por un tobillo —por algún motivo, Lorenzo notó el zapato oscuro, de correas, de su prima, y la calceta escolar blanca que se arrugaba con la presión—, mientras que Anneliese, gritando tanto o más que la propia víctima, se aferraba a su prima por la espalda, intentado rescatarla de las garras del... muchacho con máscara.

Dándose cuenta de que ellas, en su pánico, no podían ver que era Ettore usando una máscara de zombi, y urgido por los gritos de sus primas, fue donde ellas y, antes de darse cuenta, pateó a su primo en la cara. Había sido un acto inconsciente: ellas necesitaban ayuda y su cuerpo actuó solo.

Ettore soltó a su hermana y, sorprendido por el golpe, trastabilló un par de escalones abajo, al tiempo que Lorenzo envolvía a sus aterradas primas entre sus brazos.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora