CAPÍTULO CUATRO

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CUANDO EL CHOCHO TE PALPITE 



—Que no —respondí por tercera vez.

—Mine, en serio, que probar pollas nuevas te hará bien —insistió Isa.

—Por Dios —murmuré, cerrando los ojos cuando la mirada de Nerea se clavó en nosotras. —¿Qué es lo que pretendes? ¿Qué le diga al primer espécimen que tenga polla algo así como: "Hola, ¿te puedo chupar la polla?"? —Murmuro con ironía.

—Exacto, así, tal cual, de esa manera —respondió ella, asintiendo.

—No voy a hacer eso y no necesito una polla para ser feliz —respondí, tajante.

—Estas muy amargada —respondió ella, negando con la cabeza mientras revolvía el endulzante del segundo café del día. —En serio, que una polla te cambiara la perspectiva de las cosas.

—¿Puedes, por favor, dejar de decir la palabra polla? —Sisee.

—Si prefieres pene por mi está bien —respondió ella como si nada. —Aunque para mi gusto es un poco formal.

—Isa... —suspire, cerrando los ojos. —¿Tu no tendrías que estar trabajando?

—No —dijo ella, pero no me miro a los ojos.

—Isa —insistí.

—Tronchatoro me suspendió.

—¿¡De nuevo!? —Pregunte. —¿Qué hiciste ahora?

—En mi defensa, quién llevaba razón era yo.

—Isa, ¿qué le dijiste esta vez? —Pregunte, a sabiendas que últimamente Isa no era la persona con más paciencia en el mundo que digamos.

Había pasado casi una semana desde que había dicho que iría a ver a su padre, lo cual sería este fin de semana. Estaba nerviosa, podía comprender eso, sin embargo no había querido hablar mucho del tema.

—Tal vez... —murmura, todavía sin mirarme. —Tal vez le dije que necesitaba follar con un bus lleno de strippers con la polla gigante para mejorar el humor que traía.

—No lo hiciste —respondí, casi de inmediato.

—Si lo hice.

—No Isa, que no puedes haberle dicho eso a Tronchatoro —respondí, y después de pensarlo unos instantes, agregue: —Es decir, si puedes, te imagino diciéndoselo y todo, pero eso no está bien.

—Lo se —dijo, apenada y avergonzada por partes iguales.

Juro que lo intenté, intenté con todas mis fuerzas no reirme, pero sin poder evitarlo, se me escapó una risotada que llamó la atención de algunos de los clientes que había en la cafetería.

—Isa... —dije, entre carcajadas y ella poco a poco comenzó a contagiarse también de mi risa. —Pero..., pero, ¿qué cara puso?

Inevitablemente ella en ese momento comenzó también a reír con fuerza, contagiándome a mi en el proceso, mientras intentaba contarme entre carcajadas las cosas que le había respondido la señora Katherine.

—Es que en serio... —siguió diciendo, limpiando las lágrimas que caían de sus mejillas. —Que tendrías que haberlo visto, se había puesto tan roja que pensé que le daría algo.

—Hizo bien en suspenderte —dije, luego de que nos calmáramos.

—Lo se —estuvo de acuerdo, a pesar de que ahora lucía más orgullosa de lo que había hecho.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu