CAPÍTULO VEINTIOCHO

52.9K 4.8K 5.4K
                                    


NO LLORES ESTA NOCHE


Dean:

Necesito hablar contigo.


Maldita sea.

Ese era el mensaje que había enviado Dean anoche y que no vi.

Maldita sea, Minerva.

No le había respondido, pues porque..., no sabia que responder, porque, ¿sabes que? Lo que tuviera para decirme podría ser o muy bueno o muy malo.

Y me tiraba más por eso ultimo, eso del instinto, ¿recuerdan?

Remuevo los huevos revueltos en el plato sin comerlos, mientras que no dejo de mirar mi teléfono.

¿Debería responderle? ¿Qué le respondo?

Dejen aquí debajo sus comentarios de que decir, je.

Isabella podría ayudarme con esto, esperaré a llegar a la cafetería para que me diga que hacer.

—Buenos días —dice una voz de repente, sacándome de mis pensamientos.

—Hola —respondo, clavando mis ojos en Pierce, de todas formas él no me mira a mi, sino al teléfono en mi mano.

—¿Todo bien? —Pregunta.

—Si —respondo, dudosa. —¿Pasa algo?

—Nada —dice de repente, de todas maneras parece pensarlo unos instantes, porque termina preguntando: —¿Has hablado con Dean?

Bueno..., la mierda del instinto, ¿ven?

—¿Qué está pasando? —Pregunto, entrecerrando mi mirada en su dirección.

No llega a responder, porque de repente mi teléfono comienza a sonar en mi mano.

Es Isa.

—Hola —murmuro.

—Hola, ¿qué hacías?

Frunzo el ceño, confundida, porque..., bueno, Isa nunca llama para saber que estoy haciendo, mucho menos a las seis y media de la mañana.

—Jugando con mi consolador, ¿y tu? —Pregunto con ironía.

Escucho decir a Pierce algo por lo bajo, antes de que se gire y comience a hacer su propio café.

—Minerva —se queja, riendo. Luego, como si hubiera recordado para que llamaba, dice: —Necesito hablar contigo.

—¿Sobre que? —Pregunto, mirando la espalda de Pierce.

Sus hombros están tensos y por más que está preparando su café, se que en realidad está atento a mi conversación con Isa.

—Será mejor que lo hablemos en persona —responde ella.

—Isabella, no me llamaste por nada —digo con la voz calma y pausada—, como que no me digas que está pasando, pondré laxante en tu café durante una semana.

—No lo harías —responde rápidamente.

—¿Quieres apostar? —Respondo y cuando la siento dudar, agrego: —Me enteraré de todas formas, así que suelta lo que tengas que decir.

—¿Estas sola? —Pregunta de repente y sé que la tengo.

—Si —digo y Pierce clava sus ojos en mi.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Where stories live. Discover now