CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO

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AMSTERDAM


El viaje a Ámsterdam lo hacemos en tren y debo decir que es una de las mejores experiencias que he tenido hasta ahora.

Dean trabaja la mayoría del viaje con su computadora, mientras que yo voy leyendo un libro con Pierce apoyado prácticamente sobre mi, durmiendo como si fuera un crío.

Fiel a su carácter, intentó besarme, pero no lo se, luego de lo que había pasado la noche anterior, no sentía que estuviera bien..., cuando se lo dije, rodó los ojos y me acomodo a su antojo en mi propio asiento para poder dormir.

No pude evitar sonreír, aún más cuando me pidió que le tocara el cabello para que se durmiera más rápido.

En ese momento levanté la mirada, debido a que sentía a Dean mirándonos fijamente y cuando nuestras miradas se encontraron, sonrío levemente y volvió a su trabajo.

Después de un rato yo termine también durmiéndome y Dean nos termino despertando a ambos cuando llegamos a nuestro destino.

Pierce nos dice que pararemos en un departamento de un amigo de él que queda en un lugar cerca del barrio rojo. No puedo siquiera describir con palabras lo que siento una vez que llegamos a la ciudad, llena de canales y puentes y bicicletas y botes y es todo tan colorido que en todo el camino al lugar donde pararemos no puedo parar de sonreír.

Y es entonces que llegamos al lugar donde vamos a dormir y me quedo de piedra sin siquiera poder reaccionar.

—¿Qué demonios es esto? —Pregunto, clavada en mi lugar.

—¿Qué crees que es? —Pregunta Pierce, avanzando al pequeño puente.

—¿Esto es...? ¿Esto es real? —Logro pronunciar y todo lo que obtengo como respuesta es una sonrisa descarada de Pierce, esa que me hace saber que le ha encantado sorprenderme.

Y entonces chillo y soltando mi valija, corro hacia donde se encuentra, enredando mis piernas en su cintura y abrazándolo por el cuello, dejando cientos de besos en sus mejillas que lo hacen reír.

—Recuérdame dejarle un buen vino a mi amigo por prestarme la casa —murmura una vez que bajo de encima suyo para observar nuevamente el lugar.

—Alguno entre mis cosas —pido, mientras me adentro en la casa flotante.

Estoy en una puta casa flotante, en Ámsterdam.

Por Dios.

Por.

Dios.

Es increíble.

La casa es completamente de madera y me maravillo con el ruido que hacen los pisos cuando camino sobre ellos.

A pesar de que no lo creyera posible, la casa se mantiene perfectamente quieta, mientras que los botes pasan por enfrente mío y los observo por los enormes ventanales que hay frente a los sillones del living.

El lugar en si es pequeño, aunque cómodo. Hay plantas en macetas de todos los colores, mientras que los sillones varían también en tamaños y formas.

Pierce y Dean entran luego de unos minutos fuera y ambos sonríen cuando me ven dando vueltas en mi lugar intentando absorber todo aquello que mis ojos ven.

—¿Te gusta? —Pregunta Pierce.

—Por supuesto que me gusta, no puedo creer estar aquí —murmuro. —No veo la hora de ir a recorrer la ciudad, sé que se pueden alquilar bicicletas para recorrerlo, ¿verdad? —Pregunto, ilusionada. —¿Qué dicen? Podemos ir a dar una vuelta y luego meternos en esos cafés que te venden marihuana, por que, si sabían que aquí es legal, ¿no? También es el primer lugar en el que legalizaron el matrimonio entre el mismo sexo, me gusta este lugar —digo, asintiendo mientras vuelvo a girar en mí mismo lugar—, definitivamente me encanta.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Où les histoires vivent. Découvrez maintenant