CAPÍTULO DIECISIETE

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ÉL




Siseo ante la molesta comezón en mi brazo, mientras presiono el teléfono con mi hombro en mi oído, rascándome con la mano libre alrededor del tatuaje, porque..., si me rasco alrededor no pasa nada, ¿verdad? Es decir, no es como si se me hubiera infectado, ¿o si?

Minerva, deja de rascarte —se escucha la voz de Mika del otro lado del auricular.

—¿Cómo sabes que me estoy rascando? —Farfullo.

Por tus gemidos de placer —responde él.

—No estoy gimiendo —refunfuño.

Si lo estas —bromea él. —Haber, gime un poco más, que creo que se me estaba parando la verga.

—¡Mika! —Grito.

A no espera, es el enfermero que no para de lanzarme miradas —agrega al final.

—Haces que me ilusione —me quejo.

No mientas —responde él. —Ambos sabemos que estás felizmente enamorada —murmura.

—No estoy felizmente enamorada —respondo rápidamente.

Aunque tal vez un poco si.

—Anda, no le mientas a papi Mika —insiste él.

—¿Qué es ese ruido? —Pregunto al escuchar voces de fondo.

Nada que te importe —responde él, cosa que me hace rodar los ojos con fastidio.

—Bueno, como te decía, que lo mejor será que lleve una rica torta al hospital, ¿qué dices? —Pregunto, volviendo al tema de mi cumpleaños para festejarlo con él y su familia. —¿Cuál es la torta favorita de mi suegra?

—Minerva, que no es tu suegra.

—Si lo es, que vamos a casarnos, es hora de que empieces a aceptarlo —murmuro, teniendo un especial cuidado al colocar el glaseado en la torta que estoy haciendo.

Cristal me mira con los ojos entrecerrados desde el otro lado de la cocina, negando con la cabeza, de todas maneras no dice nada.

Joder, mejor.

Estás loca —responde con un suspiro, resignado.

—Un poco si —estoy de acuerdo—, pero así me quieres —agrego.

Así te quiero —está de acuerdo él.

—Bueno, entonces, ¿a qué hora te viene bien que lleve el pastel? —Pregunto. —Había pensado en también llevar algún aperitivo, pero Sarah es vegetariana, ¿verdad? Mika, se supone que esas cosas debo saberlas y tenemos que también sentarnos a hablar de Denise, que no es por nada, pero me odia.

—Minerva... —intenta frenarme Mika.

—No en serio, que por mi genial, pero que sepa que esta boca es la que te chupa la polla —y luego pensándolo mejor, agrego: —Bueno, por lo menos en sueños.

¡Pero Minerva...! —Exclama él, lanzando una carcajada tan grande que termina contagiándome.

Es en ese momento exacto que me percato de que Cristal sigue en la habitación, cuando la escucho refunfuñar algo de los jóvenes de hoy en día mientras sale de la pequeña cocina de la cafetería.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Where stories live. Discover now