CAPÍTULO SESENTA Y UNO

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NO ESTOY MURIENDO, AHORA SOLO SANGRO


La taza de chocolate caliente logra devolverme un poco la temperatura a mis huesos helados. Por más que estemos en primavera, los hechos de horas atrás me dejaron simplemente en un estado de entumecimiento del cual me está costando un poco salir.

Luego de que Isabella llegara a la cafetería, en compañía de Xander, y me encontrara en el piso hecha un mar de lágrimas, sin poder explicar bien qué demonios me había pasado, no fue mucho lo que Dean y Pierce tardaron en llegar, con las miradas enloquecidas los dos, mirando hacia todos lados en busca del peligro que había significado Harold años atrás.

Isa me había lanzado una mirada de disculpa, haciéndome saber que no había sido ella quien los había llamado, sino Xander.

Mi amiga me había ayudado a sentarme en una de las sillas, mientras Xander me buscaba un vaso de agua en el momento que Pierce había atravesado las puertas de la cafetería. No tuve que decir una sola palabra, ambos parecían saber qué era lo que había pasado, mientras cada uno se acercaba a mi lado para preguntarme como estaba, si necesitaba ver a un médico, los dos se notaban reticentes cuando les dije que Harold no me había herido.

Balbucee una respuesta vaga cuando me preguntaron cómo estaba y pese a las quejas de Isabella, Pierce me levantó en sus brazos para llevarme a su auto, acomodándome en el asiento trasero, donde Dean se subió por la otra puerta y rápidamente me acomodó entre sus piernas, abrazándome y murmurándome palabras tranquilizantes, acariciando mi cabello, mis mejillas, limpiando mis lágrimas con paciencia cuando éstas no dejaban de caer.

Su perfume poco a poco logró calmarme, Dean siempre había tenido ese don, el de tranquilizarme cuando más lo necesitaba, mientras que estoy segura que, al igual que Pierce, se mordía la lengua para no comenzar a hacerme las mil preguntas que de seguro quería hacerme.

El viaje me resultó de lo más corto, fuera se había largado una ligera llovizna, mientras mis ojos fueron casi todo el viaje mirando por la ventana del auto, viendo las pequeñas gotitas chocar con el vidrio.

Dean me ayuda a bajar del auto antes de ser él ahora quien me lleva en brazos, protesto, pero hace caso omiso a mis quejas, besando mi frente con dulzura.

Mi rostro está enterrado en su cuello, mientras el ascensor sube hasta el departamento de Pierce. Cuando llegamos me deja sobre el mullido sofá de la cama, tapándome con una manta que le da el dueño de casa. Dean se sienta a mi lado, envolviéndome en un apretado abrazo, mientras Pierce se dirige a la cocina, volviendo unos cuantos minutos después con una taza de chocolate caliente para mi y dos vasos con lo que sospecho es Whiskey para él y Dean, tendiéndoselo a esté último antes de tomar asiento a mi otro lado.

Nos quedamos en silencio, observando las llamas del hogar de Pierce que prendió con un mando a distancia, mientras pienso para mis adentros que solo Pierce podría tener un artilugio como ese. En algún momento alguno de ellos puso a reproducir música, mientras que Dean acaricia mi muslo por debajo de las mantas y Pierce juega con mi cabello en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos.

Es un momento de tanta calma que por más que creí que nunca volvería a sentirla, estoy en paz y si pudiera, congelaría este momento para siempre.

Me encantaría poder detenerme en el aquí y ahora y no tener que preocuparme por más nada, simplemente quedarnos de esta manera para siempre.

Después de un rato, encuentro mi voz y les cuento todo con detalles lo que pasó cuando Harold llegó a la cafetería, trato de recordar todo, pero estoy segura de que se me escapan varias cosas. Los dos me escuchan en silencio, sin interrumpirme y una vez que termino de contarles todo, murmuro por lo bajo que no quiero hablar de ello, que no creo que Harold vuelva a aparecer y que estoy bien.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Where stories live. Discover now