CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS

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UNA CANCION DE CUNA



—¿Estas lista? —Pregunto Pierce entrando a la habitación.

—Si —murmure con un suspiro, dándole un último vistazo a la habitación, antes de seguir a Pierce a la salida.

El viaje había llegado a su fin y si bien estaba emocionada por volver a casa, también tenía un retorcijón de incertidumbre apretándome el estómago, el no saber que pasaría una vez que llegáramos a Nueva York.

Me paré en medio del living y le eché una última mirada a todo, al lugar que sin dudas se había convertido en uno de mis favoritos, mientras recordaba como una puerca todos los lugares en los que había hecho el amor con Pierce.

Como si sintiera el rumbo de mis pensamientos, sus manos se envolvieron por detrás mío y apoyó su mentón en mi cabeza, antes de murmurar: —Volveremos.

Sonreí, porque aquello me había sonado a promesa y ultimamente me encantaban todas y cada una de las promesas que me estaba haciendo Pierce.

De camino al aeropuerto ninguno de los dos dijo nada, sin embargo, había una tensión pululando entre los dos que me ponía un poco incómoda.

Debía agradecer que Pierce no insistiera con el tema de si me pasaba algo, ya que lo había preguntado antes y sonriéndole le había dicho que no.

Nos tomamos un café en silencio, observando a las miles de personas que iban y venían por el aeropuerto, antes de que por fin llamaran a embarcar.

—¿Tienes todo? —Pregunto Pierce y entonces sentí que me empezaba a sudar el cuerpo.

—Creo que si... —respondí, nerviosa. —Aunque en realidad no lo sé, ¿tienes todo, Minerva? —Me pregunté a mi misma. —Debo de tenerlo, no lo he sacado para nada y chequeamos todo antes de salir, ¿verdad? —Mis ojos, preocupados, se clavaron en los de él. —¿O tal vez lo imaginé y en realidad no chequee nada y todo quedó olvidado en tu departamento?

Pierce tenía el ceño fruncido cuando se me quedó mirando, como no entendiendo muy bien si de una vez por todas, me había vuelto loca y entonces muy lentamente, estiró la mano y saco de mi bolso de mano, la carpeta que sobresalía de ella, la abrió e indudablemente allí estaban todos mis papeles para viajar.

—Creo que no te olvidaste de nada —murmuro, bajando el rostro para darme un beso que hizo que mi corazón desbocado se calmara un poco. —Todo va a estar bien, Douce —susurró con dulzura, sin dejar de mirarme fijamente. Sin despegar siquiera un centímetro su rostro del mío. —¿Tomaste tu calmante?

—Si —dije, asintiendo. —Lo tomé con el café, aunque hemos viajado tanto últimamente que de seguro mi cuerpo ya se acostumbro.

Sonrío enorme, como si supiera algo que yo no y entonces respondió: —Mejor no tentemos a la suerte.

Los dedos de Pierce se enredan en los míos y comenzamos a avanzar al avión. Los nervios, a pesar de haber tomado el calmante, se hacen presentes y después de guardar nuestros bolsos en el portaequipajes, me quedo mirándole a Pierce fijamente a los ojos.

—¿Qué pasa? —Pregunta, mirándome con el ceño fruncido.

—Nada, pero es que siempre te agarras el lado de la ventanilla.

La boca de Pierce se abre para responderme, pero entonces nada sale hasta después de unos segundos.

—¿Quieres sentarte en la ventanilla? Di por hecho que no te gustaría hacerlo por los mareos y eso.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Where stories live. Discover now