CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

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DECISIONES QUE HARÁN AL CHOCHO PALPITAR


Estoy teniendo un sueño de lo mejor, en serio, son de esa clase de sueños en los que si bien sabes que cuando te despiertes no vas a recordar nada, si son la mamada. Mi brazo sigue siendo sacudido y yo intento por todos los medios aferrarme a mi sueño, aferrarme a esos labios, a los brazos que me envuelven, a...

—Minerva, coño, despierta...

Solo un poco más, estoy tan cerca, tan cerca de algo que siquiera sé que es, pero sé que quiero conseguirlo, y tenerlo, y...

—Minerva, como que no te despiertes, como que me tiro un pedo en tu rostro...

Eso definitivamente me hace abrir los ojos.

Y duele.

Mi cabeza va a explotar.

Y de paso voy a vomitar.

—Y si vomitas te juro por Dios que te planto droga en tu valija y dejo que te metan presa en el aeropuerto, para que salgas en ese programa que siempre te gusta ver.

Me trago el vómito.

—Anda, levántate que no llegamos —insiste Isa.

—Meh... —farfullo por lo bajo, pestañeando varias veces a ver si logro apaciguar un poco el dolor de cabeza que me atormenta, sin embargo sólo parece empeorar.

—Minerva, que el vuelo sale en hora y media, que no llegamos.

—¿Qué hora es? —Pregunto.

—Hora de que muevas el culo y te levantes, que me desperté de milagro, que se nos va el vuelo.

Me siento, todavía con los ojos cerrados, intentando apaciguar el mareo que me ataca por la cruda nivel Dios que llevo encima.

Isabella mete la ropa toda hecha un bollo así no más en las valijas, señal de que en verdad no llegamos.

—¿Qué pasó anoche? —Logro preguntar, obligándome a salir de la cama.

Si solo supieran la cruda que llevo, la descompostura y me atrevo a decir que todavía sigo ebria.

Clavo mis ojos en los de mi amiga, de todas formas ella no me mira, sino que sigue guardando todo de manera apresurada.

—Isa... —insisto.

—No lo recuerdo —confiesa y luego de unos segundos, por fin me mira y repite: —No recuerdo un carajo.

Y no me pasa por alto su cara de preocupación.

—¿Nada de nada? —Pregunto.

En respuesta simplemente niega con la cabeza.

—¿Y tu? ¿Recuerdas algo? —Pregunta ella, mordiéndose los labios con nerviosismo.

Intento recordar algo, algo mínimo pero..., nada llega.

Joder.

—Nada —respondo con sinceridad.

—¿Te duele el chocho? —Pregunta ella de repente.

—¿Qué tiene que ver eso? —Pregunto, fingiéndome indignada, sin embargo medio que remuevo mis caderas, para ver si me duele.

Nada tampoco.

Demonios.

—Por que si tu follaste, de seguro yo también —dice ella.

Me quedo unos segundos en silencio antes de confesar.

—No me duele el chocho —y estoy segura de que ella no ignora la amargura en mi voz, pero es que en verdad, créanme, tengo muchas ganas de follar.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Where stories live. Discover now