CAPÍTULO ONCE

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SI EL UNIVERSO DICE NO, ES NO...





El agua caliente de la bañera golpea mi espalda mientras intento por todos los medios destensar mis músculos abarrotados por las malas posiciones en las que he dormido estos últimos días.

«No has dormido Minerva» me recuerda mi conciencia. «Te la pasaste en una silla, asistiendo a Mika cada vez que comenzaba a sentirse mal»

Esa es la verdad, pero lo volvería a hacer cada maldita vez.

No se cuanto tiempo es el que tardo en bañarme, pero cuando salgo, Pimienta está sentado en el retrete hecho una bolita, esperándome, levantando su cabeza cuando me siente.

—Hey lindo gatito —murmuro, sin embargo corre la cabeza para que no logre acariciarlo.

«No me toques, esclava»

—Eres tan difícil —agrego.

«Agradece que no te abandone» y cuando mi mirada se entrecierra en su dirección, pareciera que agrega: «Todavía...»

Niego con la cabeza, porque las conversaciones con Pimienta parecieran ser cada vez más hostiles. Termino de ponerme una remera de mangas largas y un pantalón de peluche con corazones, vestimenta que uso como pijama, mientras salgo del cuarto de baño secándome el cabello y caminando al salón, donde veo a Dean sacar comida de unos paquetes.

Nada más llegar a mi departamento, me sugirió que me pegara un baño caliente para poder calentarme, que él se encargaría de la comida.

Me sonríe cuando me ve, dulce como siempre.

—Hola —dice, nada más llego donde él se encuentra. —¿Mejor? —Pregunta.

—Mucho —digo con sinceridad, aunque todavía me recorren escalofríos. —¿Qué hay de comer? —Pregunto.

—Bueno, no será ni de lejos lo que tu cocinas, pero pedí comida italiana en un restaurante que conozco.

—Suena delicioso —murmuro, tomando asiento, mientras él sirve agua para ambos.

Nos quedamos en silencio mientras disfruto de la deliciosa comida, porque sí, está buenísima y los sabores de la salsa se mezclan en mi paladar, robándome suspiros, cosa que por supuesto hace que Dean sonría orgulloso.

Su mano, como por voluntad propia, se estira, envolviendo a la mía y dándole un ligero apretón.

—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad?

—Lo sé —respondo con un suspiro.

—¿Quieres hablar de lo que pasó hoy? —Pregunta.

—No —respondo con sinceridad.

—Pero tu... —comienza diciendo, un tanto dudoso. —Pero tu estas bien, ¿no?

Tardo unos cuantos instantes en entender qué es a lo que se refiere, cuando me percato de que me encontró fuera de un hospital, llorando, como si me hubieran dado la peor noticia del mundo.

—Yo estoy bien —me apresuro a decir—, nada malo está pasándome.

—No me mientas, Minerva —dice él, mirándome con seriedad—, si tienes algo, si estás enferma, dímelo.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Where stories live. Discover now