CAPÍTULO VEINTISIETE

55K 5.8K 6.3K
                                    




EL BURRO NO FOLLA POR LINDO SINO POR INSISTIDOR..., O ALGO ASÍ DICE EL DICHO
(lean la nota al final del capítulo)





A la mañana siguiente me levante con una nueva determinación en mente, luego de que Mika me hiciera un desayuno solo de frutas —demasiado sano para mi gusto—, me llevó a mi trabajo y comencé mi día con un entusiasmo que hacía muchísimo tiempo no sentía y todos a mi alrededor lo notaron.

—¿Qué tienes? —Pregunto Nerea luego de escucharme canturrear mientras atendía.

—Nada, ¿por qué?

—Por que como que caminas y bailas —dijo ella.

—Nere —dije con calma en su dirección—: la vida es una sola, no hay tiempo para estar mal, si la vida te da limones, solo haz limonada.

Nerea me miró como si estuviera loca —que un poco lo estaba—, de todas maneras asintió con una sonrisa rara y siguió a lo suyo.

La siguiente en notarlo fue Isabella.

—Bueno, ya me tienes hasta la madre con tu excesivo buen humor —dijo luego del quinto buen día que le dedicaba a los clientes. —¿Qué tienes? ¿Follaste? —Pregunto.

—No todo en la vida es follar, mi querida amiga —respondí, terminando de decorar unos pasteles en la mesada de la barra.

—¿Entonces que? —Pregunto, cruzándose de brazos. —Por que, que yo sepa, tu vida amorosa no está mucho mejor que la mía, no entiendo por que estas tan contenta.

—Oh, ¿qué es eso? —Pregunte, señalando la esquina de su ojo e ignorando su hostil acusación anterior.

—¿Qué? —Dijo, tocándose con la punta de sus dedos la esquina de su ojo.

—Arrugas, de tanto quejarte —murmure, haciéndola rodar los ojos.

Ambas clavamos la mirada en la entrada de la cafetería y nada más ver quien es, mi amiga murmura:—Tú y tu exceso de buen humor que lo atiendan, no estoy para semejante trago amargo.

Y dicho esto, se dio media vuelta para entrar a la pequeña oficina que había a un costado, porque si, parecía oficial, Isabella ahora trabajaba para mi.

Sonreí, porque nadie podía opacar mi mal humor, ni siquiera Marcus.

—Buenos días...

—No digas toda la mierda de la presentación —me corto.

Mi sonrisa, sin poder evitarlo, se endureció, de todas maneras ignore su tono agrio y continúe.

—¿Cómo has estado? —Pregunte, en un vago intento de ser amable. —Hacia rato que no pasabas por aquí, pensé que no te cobrarías lo acordado.

—La gente tiene una vida, ¿sabes? —Murmuro, mordaz.

—Dios, que difícil eres, ¿ya tomaste agüita? —Pregunto con ironía.

—¿Y tu que? ¿Por qué estás tan alegre?

Sin poder evitarlo, una sonrisa enorme partió mi cara nuevamente.

—¿Qué te pasa? —Pregunto.

—¿Qué me pasa con que?

—¿Por qué haces eso?

—¿Qué hago?

—Eso con la cara —insiste, con un ademan de las manos.

—¿Sonreír? —Pregunte, luego de pensarlo unos momentos.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora