CAPÍTULO SESENTA Y TRES

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NO HAY TIEMPO



Creo que hay diferentes tipos de terror: hay situaciones que nos dejan simplemente paralizados, existen esos tipos de terror en los que sabes que nada volverá a ser lo mismo, que nos cambiaran para siempre. Existe esa clase de terror que hace que quieras vomitar, morirte de miedo.

Pues lo que yo estaba sintiendo en este preciso momento, eran todos esos tipos de terror juntos.

Yo simplemente no podía creer que había vuelto después de todo lo que le había soltado para que se largara de aquí. 

—Por favor, no —dije y esta vez las lágrimas de tristeza, de dolor, de impotencia, fue todo junto y no pude evitarlo, simplemente, no pude.

Ya no podía seguir siendo fuerte, no después de lo que me había costado romperle el corazón, haciendo añicos el mío en el proceso. 

—¿Qué haces aquí? —Jadee con la voz ronca, sintiendo el agarre férreo de Harold en mi cuello.

Pierce me repasó con la mirada, supongo que asegurándose que no hubiera heridas graves más allá del moratón en mi mejilla.

—Bueno, bueno, bueno —canturreo Harold en mi espalda, una mano en mi cuello, la otra sosteniendo el arma contra mi clavícula—, más gente se va uniendo a la fiesta, ¿no Anny? Y tu que creías haber sido lo suficientemente contundente.

—Suéltala —fue todo lo que dijo Pierce, su mirada azulada llena de odio e impotencia, sin dejar de mirarme a los ojos, como si estuviera intentando por todos los medios decirme algo.

—Oh, por supuesto, claro —respondió Harold con ironía—, enseguida la suelto, ya que quien está a cargo eres tu, ¿no?

—Suéltala —volvió a repetir él, con la voz calma.

Negué con la cabeza sutilmente, pidiéndole que no lo provocara, que era peor.

Intente expresarle con el terror de mi mirada que se fuera, que corriera y escapara, que de ser necesario gritara por ayuda, pero que por favor saliera de aquí, que no me hiciera ver como Harold le hacía daño.

Por que Harold iba a matarlo, de eso no había duda y yo no creía estar preparada para eso, porque me rompería más allá de lo reparable, porque si Pierce moría, me aseguraría de morir con él, no quedaría nada por lo que pelear, nada.

Harold, como si siguiera el rumbo de mis pensamientos, comenzó a caminar en dirección a la puerta, intenté resistirme, pero me golpeo con la empuñadura del arma en la cabeza, no tan fuerte como para desmayarme, pero sí lo suficientemente como para aturdirme.

—Quieto ahí —le dijo Harold y sentí su sonrisa maliciosa en su voz.

Había llegado a la cafetería antes de que pudiera abrir el mensaje que me había enviado Dean. Supe que no era el Harold que se había presentado la semana anterior, este era otro completamente diferente, era al que me había enfrentado los últimos meses juntos, ese que tenía las pupilas tan dilatadas que eran solo dos pozos negros y vacíos. No hubo mucho que hacer, no me dio tiempo a nada y cuando quise darme cuenta, ya me estaba apuntando con el arma, para unos segundos después, ver a Pierce por el ventanal, dándome el tiempo necesario para convencerlo de que se fuera si quería que conservara su vida. 

Abrí los ojos a duras penas, dejándome arrastrar por Harold que caminaba sin darle la espalda a Pierce en dirección a la puerta.

Pierce tenía las manos hechas puño a sus costados, las fosas nasales dilatadas y la respiración comenzando a agitarse.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Where stories live. Discover now