CAPÍTULO VEINTINUEVE

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ES DEMASIADO TARDE PARA PEDIR PERDÓN 




—Mi malteada atrae a todos los chicos a la barra.

»Y ellos están como que es mejor que la tuya.

»Maldición, es mejor que la tuya.

»Puedo enseñarte, pero te tengo que cobrar.

—Dante, puedes parar por favor —me queje.

Que la cancioncita estaba comenzando a hacer estragos con mi mente, sin contar que comenzaba a pegárseme la letra.

—Eres una aburrida —dice él y luego me mira, con los ojos brillantes. —¿Estas lista?

—Esta es la peor idea del mundo —murmuro, como por quinta vez.

—Pues ya estamos aquí —dice él, pagándole al taxi que nos trajo hasta aquí. —Andando.

Dante se baja con una sonrisa enorme en el rostro, arregla su camisa —que tiene todos los botones desabrochados— y me tiende la mano, que tomo dubitativa.

—Joder, que se me congela el chocho —digo tiritando—, no entiendo porque no me dejaste tomar un abrigo —me quejo.

—Por que así tendrás más impacto —dice él— y la nariz rojita te queda bien.

Niego con la cabeza mientras comenzamos a caminar, o por lo menos yo lo intento, por que los tacos me están matando, mientras que mirando a mi alrededor , me doy cuenta que hemos estacionado no por la entrada principal, sino por el costado.

—Dante, ¿estás seguro de que es por aquí? —Pregunto, mientras nos metemos en un oscuro pasillo con un olor a cloaca terrible y aunque no las vea, puedo ver las ratas corriendo entre los contenedores de basura, sin embargo él avanza sin titubear e importandole muy poco los roedores, hasta que de repente se detiene.

—Lo tengo todo controlado —murmura, empujando una puerta.

—Dante, ¡¿qué haces?! —Me quejo.

—Andando —insiste, tomando mi mano y obligándome a entrar.

Nos metemos de lleno en la cocina, donde todo es un caos, el olor a comida llena mis fosas nasales, mientras que el cocinero grita órdenes y esto no hace más que recordarme mi tiempo en el que trabajaba con Pierce, a pesar de que amo trabajar en la cafetería, no puedo evitar la pizca de anhelo que surge en lo más profundo de mi ser.

—Isabella vendrá por nosotros enseguida —dice él.

—¿¡Le dijiste!? —Siseo en su dirección.

—Por supuesto que le dije, ¿cómo crees que nos colaremos?

—Joder, que va a matarnos —murmuro, nerviosa.

—Tendrías que haber leído los ingeniosos insultos que me mando al teléfono —dice él, divertido.

—Dante, que esta es la peor de las ideas.

—Deja de ser aburrida —murmura él.

—Tu idea de diversión es bastante retorcida —me quejo. —De todas maneras, ¿por qué estás aquí? —Pregunto.

—Tengo alguien a quien ver —dice él, encogiéndose de hombros.

—¿A quien?

—La familia, por supuesto, ha pasado un tiempo desde la última vez.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Where stories live. Discover now