EPÍLOGO

52.8K 4.2K 2.8K
                                    


DEAN



Observo todavía sentado en el auto la casa de Pierce y Minerva. Hay varios autos estacionados fuera, sin embargo, no logro encontrar el valor para bajar e ir a la cena que vamos a celebrar juntos después de mucho tiempo, aprovechando que todos estábamos en Nueva York.

«Es una cena por que sí» había dicho Minerva en un audio. «No puedes faltar, ¿no vas a faltar, verdad? Sería de muy mal gusto»

El cinto alrededor de mi tobillo pica, pero intento por todos los medios ignorarlo, porque la gente me mira con pena cada vez que lo ve y estoy cansado de esas miradas.

Erasto espera pacientemente a que me baje del auto, es una presencia calma y sé que incluso si le dijera que de la vuelta y me devuelva a mi casa, lo haría sin dudarlo un instante.

Hay un auto a unos cuantos metros más atrás estacionado, son policías que vigilan que no me escape, por más que aseguren que en realidad están allí por mi seguridad, no les creo del todo, aunque las amenazas de muerte hacia mi persona y mi familia son algo constante a lo que lamentablemente ninguno se puede acostumbrar.

Mía, gracias a Dios, aceptó ir a terminar sus estudios a Francia, mientras mi padre intenta limpiar nuestro apellido, aunque sea en vano.

Los Ross nunca volveremos a ser lo que fuimos alguna vez y aunque estoy seguro de que él lo sabe, no puedo evitar admirar la fuerza de voluntad que pone a cada campaña.

Fueron varias veces las que le rogué por su perdón, pero él solo respondió que no había nada que perdonar, que en mi lugar hubiera hecho lo mismo, que estaba orgulloso de mi y por más que varias veces dudé de sus palabras, nunca, en este último caótico tiempo, me había mirado de otra manera que no fuera con amor y orgullo.

Suspire nuevamente, hacía casi una hora que había llegado y no había juntado el valor de bajarme y tocar el timbre, pero la realidad era que hacía muchísimo tiempo que no los veía y los extrañaba una barbaridad y si me había alejado era porque por fin las personas que más amaba en el mundo estaban consiguiendo su tan ansiada felicidad y no quería que se vieran envueltos en toda la mierda que me rodeaba, si los medios se enteraban de mi amistad con ellos, no dudarían en hacer guardia fuera de su puerta para atosigarlos.

Me negaba a arruinar esta parte de mi vida.

Los ojos de mi fiel chofer me observaron con una sonrisa pequeña en el rostro, dándome ánimos.

—Puedes venir si quieres —murmure, como para ganar tiempo.

—Tengo que recoger a su padre en una hora —fue todo lo que respondió.

—Está bien —respondí, tomando aire profundamente y abriendo la puerta. —Nos vemos después.

—Señor Ross... —me llamó. Sabía que era inútil decirle que me llamara por mi nombre, lo había intentado los primeros diez años, ahora simplemente me había resignado. —Le hará bien ver a sus amigos —dijo. —Hay cosas a las que simplemente no podemos enfrentarnos solos.

Asentí, pero no fui capaz de responder, no podía.

Una brisa fresca acarició mis mejillas cuando mis pies tocaron el cemento debajo y camine a paso tranquilo hasta la verja de entrada, destrabando el pasador y entrando.

Me detuve, observando lo que tenía enfrente y se me salió una risotada ante la vista. Dios, Pierce debería estar volviéndose locos con Minerva encargándose del jardín, era la cosa más horrible que había visto nunca.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Où les histoires vivent. Découvrez maintenant