CAPÍTULO TREINTA Y TRES

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TU SEXO ME LLEVA AL PARAÍSO



—¿Mine? —Dice la voz de Isa desde el baño.

—¿Si? —Murmuro distraída, poniéndome crema en las piernas mientras me preparo para ir a dormir.

Es nuestra última noche aquí, Dante, Mika y Tatiana ya partieron en un uber rumbo al aeropuerto y nosotras decidimos que nos iríamos a dormir temprano, teniendo en cuenta que nuestro vuelo sale mañana al mediodía y debemos estar dos horas antes en el aeropuerto.

—Voy a decirte algo, pero de seguro no va a gustarte —murmura y ahora si que llama mi atención.

Oh... —es todo lo que sale de mi boca cuando la veo.

Ella está..., bueno, luce arreglada, muy arreglada.

—Creí que nos quedaríamos aquí hoy —digo, pero ya veo que no va a ser así.

—Cambio de planes —responde ella.

—Yo..., ya tengo mi pijama puesto —es todo lo que digo.

—Podemos solucionarlo en cuestión de minutos.

—¿Por qué estás cambiada así?

—Te dije que no iba a gustarte —refuta ella casi de inmediato.

—Será algo ilegal, ¿verdad? —Pregunto.

—Depende.

—¿Cómo que depende?

—Mientras menos sepas, mejor.

Cuando Isabella sale del baño, lleva su bata puesta, sin mostrar que hay debajo.

—Isa, quítate la bata —digo.

—No, mientras menos sepas, mejor —repite ella.

—Pero Isa... —intento de nuevo.

—Ven, que hay que arreglarte —murmura ella, haciéndome una señal con la mano para que me ponga de pie.

—Ay Isa, joder... —murmuro.

—Te recompensaré, lo prometo —murmura ella, pero sus ojos no se encuentran con los míos y, ¿saben que significa eso? Que la mierda será enorme.

Luego de llegar al baño, Isabella me mostró lo que quería que usara. 

Llevamos discutiendo veinte minutos. 

—No puedo ponerme eso —repito como por quinta vez. 

—Si puedes, en serio, que cuando lo compré sabía que te entraría, conozco tu talla, tienes un poco menos de tetas que yo —insiste.

—Isa, no es que no me entre, es que no quiero usar eso, que es...

—¿Qué?

—Muy revelador.

—Nadie te prestara atención.

—Isa, que iré prácticamente desnuda —insisto.

—No pasa nada —responde, evasiva. 

—¿Tu llevaras lo mismo? —Pregunto.

—El mío es hasta más revelador.

La miró y ella me devuelve la mirada, los ojos de cordero y esa carita de que nunca lastimo a nadie en su vida.

Me río, no puedo evitarlo, pero es que Isa es..., joder, siquiera puedo decir lo que es.

—Isa, ¿dónde coño me llevas? —Pregunto, mientras tomo el corsé que me tiende con la minúscula ropa interior.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Where stories live. Discover now