CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

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BAJO EL CIELO DE MADRID


PIERCE:


Siento como un pinchazo en el brazo, pero de todas maneras no logro despertarme del todo.

Un pinchazo, esta vez casi en mi muñeca vuelve a molestarme.

—Minerva, ¿qué sucede? —Murmuro con la voz ronca por el sueño.

Me cuesta unos cuantos segundos abrir los ojos, aunque vuelvo a entrecerrarlos por la luz que entra por la ventanilla. Pestañeo varias veces, intentando ubicarme hasta que mis ojos se clavan en los de ella, que me mira fijamente.

—Es que no te despertabas —es todo lo que responde.

—¿Y por eso tenias que arrancarme los vellos del brazo? —Pregunto, un tanto molesto mientras me froto la zona pellizcada.

Sus mejillas se sonrojan de manera violenta, de todas maneras no lo niega.

—Es que te sacudí un par de veces y nada, tienes el sueño bastante pesado, ¿sabías? Ojala yo pudiera dormir de esa manera.

—Qué pena que no puedes —murmuro, acomodándome para dormir de nuevo.

—Pero no te vayas a dormir de nuevo —se queja.

—¿Por qué no?

—Por que estoy aburrida.

—Lee el código civil.

—Ya lo intenté, pero es demasiado aburrido —confiesa. —Aparte no puedes dormir tanto, que a Madrid llegamos cuando es la hora de dormir y el jet lag va a destrozarte.

Suspiro, frotando mi rostro porque no hay manera en el mundo que si ella no duerme, me deje dormir a mí.

—Pero tampoco me mires así —dice cuando clavo mis ojos en los suyos.

—¿Así como? —Pregunto, aguantándome la risa.

—Así como si estuvieras enojado.

—No estoy enojado, estoy despierto. Ahora, ¿para qué me despertaste?

—Pues... —murmura ella, contrariada. —Pues para que estemos despierto juntos —termina soltando con voz risueña.

—Eso es aburrido —respondo, pero sin reírme, solo porque disfruto viéndola nerviosa.

—Juguemos a veo, veo —dice y sin esperar respuesta, agrega: —Veo, veo...

Sus ojos castaños se clavan en los míos, mientras que yo me pierdo un poco en el brillo que llevan por el sol del atardecer que entra desde la pequeña ventanilla, en como convierte su piel de un color dorado, en como los cabellos sueltos de su coleta enmarcan su bonito rostro.

—Pierce, ¿en que tanto piensas? —Me dice, pasando una mano por delante de mi rostro. —Anda..., veo, veo...

—¿Qué?

—¿Cómo que, qué?

—¿Qué se supone que debo decir? —Pregunto, rodando los ojos.

—"Qué ves"

—Vale, ¿qué ves?

—No espera, vamos de nuevo: veo, veo...

—¿Qué ves?

—Una cosa... —dice, con una sonrisa preciosa.

—¿Qué cosa?

—Maravillosa —agrega, fingiendo una voz misteriosa.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Where stories live. Discover now