CAPÍTULO SESENTA Y CINCO

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LLÉVATE MI PASADO Y LLÉVATE MIS PECADOS 




Era el horario de visita y estaba nuevamente en la habitación de Pierce. Su mano enredada con la mía con suavidad, cada tanto le daba ligeros apretones con la esperanza de que los devolviera.

Había leído alguna vez que los pacientes en coma hacen eso, pequeños espasmos que recorren su cuerpo, simulando devolver los apretones.

Quise que aquello pasara, me pregunte si los milagros existían y de ser así, ¿por qué Pierce todavía no había despertado?

Recosté mi cabeza en la camilla, mi rostro al lado de su mano, su piel apenas rozando la mía y me permití descansar.

Me permití cerrar los ojos e imaginarme que una vez que los abriera, Pierce iba a estar mirándome, iba a sonreírme y a susurrarme palabras que calmaran mi alocado y dolorido corazón.

Eran estos momentos en donde podía casi relajarme por completo y hacer lo más parecido a dormir.

Porque desde el accidente no había podido dormir más que un par de horas seguidas y pese a las insistencias de mis amigos y de Genevieve, me había negado a abandonar el hospital.

Entonces dormite, con mi rostro sobre la camilla, mi mano acariciando lentamente los nudillos de Pierce.

Y cuando todavía estando un poco perdida entre un sueño profundo y la vigilia, lo sentí, un leve movimiento, un susurro.

Y debería estar de los más cansada, porque por más que quise abrir los ojos, había una fuerza mayor —de seguro mi propio cansancio— que no me dejaba hacerlo.

Pude sentir que mi corazón se aceleraba mientras le ordenaba a mis músculos que se movieran sin resultado alguno.

Los labios me empezaron a temblar por el pánico a no poder despertarme nunca, ¿y si de repente Pierce despertaba y yo ya no volvía a abrir los ojos?

¿Podía la vida ser así de injusta en verdad?

Sentí que el corazón se me iba a salir del pecho por la angustia y entonces lo volví a sentir, un toque en mi hombro, intentando despertarme y cuando abrí los ojos, no fueron los ojos de Pierce con lo que choque, sino los de la persona que menos esperaba encontrarme.

—Alyssa... —susurre con la voz rasposa.

Sentí las mejillas mojadas y me apresure a secarme las lágrimas con la palma de la mano, dándome cuenta que en realidad Pierce nunca me había acariciado, sino que había sido todo un puto sueño.

Un puto chiste.

—Hola, Minerva —respondió ella con suavidad, apartando la mirada de mi sonrojado rostro, para clavar sus ojos en el rostro de Pierce.

De repente me sentí desubicada, como si estuviera invadiendo un momento de ellos, privado, con toda la historia que cargaban, la de ellos era bonita, de amor verdadero, cuando la mía con Pierce solo había traído desgracias.

Alyssa seguía tal como y la recordaba, con una belleza exótica que incluso cuando se le llenaron los ojos de lágrimas, fue hermosa.

—Voy a dejarlos solos... —susurre, poniéndome de pie.

Pero entonces ella puso su mano en mi hombro y me obligo a sentarme nuevamente.

—No hace falta —murmuró con una sonrisa triste. —Yo solo pasaba a despedirme, mi vuelo sale en algunas horas.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Where stories live. Discover now