CAPÍTULO VEINTIDOS

55.5K 5.4K 4.7K
                                    

AVÍSAME CUANDO MI CORAZÓN SE DETENGA, TU ERES EL ÚNICO QUE PUEDE SABERLO 




Cuando abro los ojos, me doy cuenta que Pimienta está sentado en la misma cama que yo, lamiendo su pata, mientras que Sal intenta por todos los medios escalar a la cama por la manta que está caída a los costados, de todas maneras, una vez que llega a la cima, mi gato deja de lamerse, para estirar la pata y comenzar a golpearla en su cabeza, haciendo que esta caiga.

—Pimienta... —murmuro, haciendo que los ojos de mi gato se claven en los míos, antes de que comience a ronronear hasta terminar de acercarse a mi.

Acaricio su pequeña cabeza, sin embargo no me siento, ni hago nada más que aquella pequeña caricia, incluso cuando se hace una bolita y se acurruca para dormirse.

Mi gato puede ser cruel a veces, pero no deja de estar para mi cada que lo necesito.

Dean no está en la cama, sin embargo aquello creo que es algo que agradezco, no sé si podría soportar su cara triste al mirarme, la pena en su mirada.

Dios.

Que puto y maldito desastre es todo esto, como en cuestión de nada mi vida pudo irse al garete.

«No vayas por ahí» susurra mi inconsciente. «No sabes si Harold te vio»

De todas maneras no es como si eso importe, porque a partir de ahora las cosas van a cambiar para siempre y por más que la idea de tener que irme de aquí, de abandonar a mis amigos y la vida que logré construir hace que todo dentro de mi se resienta con dolor, no puedo evitar imaginar esa opción, no puedo evitar tener que empezar desde cero otra vez.

«¿Hasta cuando?» No puedo evitar pensar. «¿Pasaré toda mi vida huyendo?»

Mañana, me digo para mis adentros con determinación, mañana podré preocuparme por esto, ahora simplemente me tomaré este día para intentar olvidar todo lo que a pasado, para hacer de cuenta que en realidad nunca pasó, ahora puedo simplemente imaginar que no soy yo y que soy alguien más durmiendo en una habitación desconocida con dos gatos.

El silencio en el que me había sumido es interrumpido cuando Dean entra a la habitación, con una bandeja con el desayuno en la mano y sonriéndome cuando me ve despierta.

De todas maneras no puede disimular la tristeza y preocupación en sus ojos.

Odio ver esa mirada en la gente.

No puedo devolverle la sonrisa, pero es que me siento como entumecida, como si en realidad no estuviera pudiendo sentir nada.

—¿Cómo estás? —Pregunta Dean, adivinando mi humor taciturno.

—Bien —respondo, con voz ronca por el sueño.

Él suspira, de todas maneras vuelve a sonreírme, sentándose en el borde de la cama mientras apoya la bandeja en mis piernas.

Hay lo que creo que es un café, aunque el líquido no es del todo negro, sino más bien turbio, las tostadas..., bueno, están completamente negras, carbonizadas.

Incomibles.

—El desayuno es una mierda, lo sé —dice él de repente, negando con la cabeza—. Pero es que Pierce se fue temprano, no supe como hacer andar su cafetera del todo bien y las tostadas no saltaron nunca, sino que se quedaron allí dentro hasta que fue imposible salvarlas —agrega, contrariado.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2On viuen les histories. Descobreix ara