CAPÍTULO CATORCE

62K 5.6K 2.1K
                                    

ENTRE HILOS, VESTIDOS A MEDIO TERMINAR Y UNAS GANAS INSANAS DE FOLLAR (APRECIEN EL VERSITO)




A la mañana siguiente me encuentro con que Dean no está en la cama. Así es como me doy cuenta de que tampoco me he despertado a primera hora para ir a trabajar como debía hacer.

Me estiro mirando a mi alrededor, y aunque Dean no esté, ha tenido el detalle de dejarme sobre la mesilla de noche una bandeja con jugo de naranja, bollitos y una rosa con una nota debajo.

«Cariño, tenía una reunión importante temprano. Lamento no haberme podido quedarme para verte despertar. Nada más que termine, te iré a buscar.»

Sonrío. Dean es un amor, no se puede negar. Mi corazón se enternece al ver que ha dejado unos pantalones de jogging sobre el borde de la cama... 

¿Estaría bien que me diera una vuelta por la casa? Es decir, no dijo nada sobre quedarme dentro. 

Decido darme un baño y luego merodear por las inmediaciones. Además, son pasadas las diez, así que debe estar a punto de llegar. Ya que según los mensajes de Nerea hoy no está siendo un día transcurrido en la cafetería, decido quedarme. Solo y exclusivamente hoy.

Tras lavarme el rostro y usar un cepillo de dientes que apareció mágicamente en el cuarto de baño, intento controlar mi alborotado cabello, pero ya que, es un caso perdido. 

Apoyo la cabeza en el quicio de la puerta, asegurándome de que no hay nadie cerca.

Sé lo que debo parecer con el pantalón con varios doblajes para que no se me caiga y la enorme sudadera de Dean y descalza. De todas maneras, estos suelos deben de ser calefactores, porque no están para nada fríos. No es mucho lo que tengo tiempo a merodear, porque me encuentro de lleno con María, la ama de llaves. Está recogiendo una bandeja del suelo mientras niega con la cabeza. Me sorprendo al descubrir que gimotea casi en silencio.

—¿María...? —pregunto, dudosa.

Pega un brinco en el sitio, ya que con los pies descalzos iba casi silenciosa como un ninja.

—Por todos los santos, señorita Minerva —murmura llevándose una mano al pecho.

—Lo siento mucho —repongo de manera apresurada—, no quería asustarla.

—Está bien, querida. No pasa nada —responde, intentando limpiar las lágrimas de sus mejillas de forma disimulada.

—¿Sucede algo? —inquiero.

No debería inmiscuirme, pero no me gusta ver a la gente llorar y no me malinterpreten, no es por que me incomode, sino que soy más de las que dan consúelo o aconsejan... O solo se queda escuchando.

—Nada, mi niña —contesta, negando con la cabeza.

—¿Para quién era el desayuno? —La curiosidad me invade, ya que la bandeja está intacta.

Y Maria vuelve a llorar, cerrando los ojos con fuerza mientras las pesadas lágrimas resbalan por sus mejillas. No puedo evitarlo, y cuando quiero darme cuenta, mis brazos envuelven su espalda en un vago intento de consolarla.

—¿Qué ocurre? —inquiero.

—Mia —responde con la voz ronca por los sollozos que trata de ahogar.

—¿Qué pasa? ¿Está bien? —pregunto, preocupada.

—No —responde en un susurro—. No está bien y no sé qué hacer para ayudarla —agrega.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt