CAPÍTULO DIECISÉIS

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YO MATARÉ MONSTRUOS POR TI 



 Los zapatos repiquetean a través de mis pasos en el impoluto piso de mármol del edificio donde se encuentra la oficina de Dean, mientras que el abrigado tapado me llega por encima de las rodillas, donde unas medias panty negras tapan mis piernas, junto con unos zapatos altos negros brillantes que están de infarto.

La gente me mira medio raro, supongo que será por el maquillaje de noche que llevo, los labios pintados de un color rojo oscuro y las sombras negras enmarcando mi mirada, o por mi cabello que decidí usarlo completamente alisado, dejándolo brilloso y con un movimiento de propaganda.

O tal vez..., por que por fin a salido el sol en la ciudad de Nueva York, dejando un día por demás cálido y yo decidí usar un tapado de piel largo, pero es que..., ellos no se imaginan que debajo de el tapado no llevo más que la ropa interior.

Si, si, si, sé lo que estás pensando, pero no lo pensé, ¿vale? Cuando se me ocurrió esto creí que sería una idea genial, atrevida y sexy, pero como todas mis ideas, fue una mierda y ahora estoy pagando las consecuencias.

Puedo ver cómo la gente me observa disimuladamente en el ascensor, sus miradas de reojo a mi y mi vestimenta, pero es que los entiendo, ¿si? Que si llevara el tapado desabrochado sería lo más lógico, pero no, todos los botones están correctamente abrochados, que sino..., pues que sino se me va a ver hasta el alma.

«Dios Minerva, que no piensas» me susurra mi inconsciente.

«Pues no, que la idea fue del chocho y de sus ganas de follar»

Es que desde el domingo pasado, luego de almorzar en un bonito restaurante con Dean y Mía, no hemos podido vernos nuevamente, ambos estuvimos con muchísimo trabajo, Dean teniendo reuniones hasta casi última hora por un nuevo proyecto y yo teniendo que levantarme antes del amanecer para ir a la cafetería, que Cristal, la pastelera, estuvo enferma, sin embargo hemos hablado cada día y por suerte todo va de maravilla.

El sonido del ascensor al llegar al piso de Dean me hace reaccionar, sacándome de mis cavilaciones, mientras hago mi paso dentro de las amplias oficinas.

Aiko, su secretaria, nada más verme, me sonríe de una manera tan artificial que me hace sentir un poco incómoda, de todas maneras le devuelvo la sonrisa, mientras que ella se pone de pie para recibirme.

—Minerva, ¿cómo has estado? —Pregunta, saludándome con dos besos.

Bueno, por lo menos deje de ser la indigente para ella.

—Bien —respondo con educación. —Me preguntaba si Dean estaba ocupado —murmuro.

Sé que la reunión de la mañana tiene que haber terminado, él dijo que como mucho para el mediodía ya estaría libre y que si quería, podíamos almorzar juntos.

Si supiera que mi idea de almuerzo era su polla.

Ejem.

—Si lo está, déjame avisarle que estás aquí —murmura y su sonrisa sigue siendo enorme, como la del gato ese de Alicia. Demonios. —Pero antes déjame tomar tu abrigo.

Ay por la virgen.

—Está bien —respondo, negando con vehemencia.

—Pero si el día está precioso, debes estar muerta de calor con eso puesto —murmura, haciendo un ademán para ayudarme a quitármelo.

—No, en serio —digo, haciendo un paso hacia atrás. —Mi abrigo se queda, gracias —agrego.

—Anda, no seas tímida —dice ella, sin dejar de insistir—, que mi trabajo es recibir a la gente que visita al señor Ross y hacerlos sentir cómodos.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora