CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE

46.9K 3.6K 1.4K
                                    


CONTINÚO ENAMORÁNDOME Y DESENAMORANDOME


Subimos las escaleras rápidamente y no puedo evitar los nervios que me atenazan el vientre, mientras suelto la mano de Pierce, para disimuladamente limpiar mi mano llena de sudor.

Y entonces, una vez que estamos en la habitación entro en pánico, porque no recuerdo cuales fueron las bragas que elegí en la mañana después de darme una ducha rápida. Empiezo a rememorar el día, se suponía que cuando Pierce llegara en la noche, antes iba a darme un baño, por lo que no le di importancia.

«Ay Dios, ¿qué mierda me había puesto?»

—¿Minerva...? —Escuche a Dean llamarme, que me miraba preocupado. —Luces como si fueras a desmayarte en cualquier momento —agrego.

—Es que no recuerdo cuales bragas me puse en la mañana.

Se hace un silencio en la habitación y me doy cuenta, tarde, que he dicho aquello en voz alta.

Diablos.

—Es decir... —digo, cuando ninguno dice nada y yo no puedo hacer contacto visual con ninguno.

—De todas maneras, no es como si vayas a tenerlas puestas mucho tiempo —murmura Pierce.

Cuando lo miro, tiene una sonrisa en el rostro, pero no es burlona, sino que está cargada de cariño y ternura.

—Supongo que sí —murmuro en respuesta.

Y entonces no se que hacer, me quedo allí parada, preguntándome cuando va a ser que los dos salten encima mío o que yo salte encima de ellos.

Dios sabe que estaría bien con cualquiera de las dos.

Dios, no debería nombrar a Dios en momentos como estos.

Mierda.

Nini, mi suegra, estaría muy decepcionada de mi.

No pienses en esa señora tan amable y dulce, por todos los cielos.

—Estás pensando demasiado —dice Dean, conociéndome.

—Si, lo se —respondo, sin mentir—, pero es que no se quien debe saltar sobre quien primero.

Pierce, que hasta ahora se había limitado a observarme sentado en su cama, palmea con la mano para que me siente con él y verán, no se que es lo que me impulsa a hacer lo que hago a continuación, pero no me juzguen, ¿okey? Que aquí somos todas amigas y no hacemos eso.

Pierce jadea cuando, literalmente, me abalanzo contra él, haciéndolo que caiga sobre su espalda cuando me siento a horcajadas sobre sus piernas.

Medio gime cuando comienzo a besarle la mandíbula, la piel expuesta del cuello, de todas maneras intenta, en vano, separarme un poco de su cuerpo.

Escucho una risa ahogada que ignoro, mientras sigo succionándole el alma de la piel como si la vida se me fuera en ello.

Parezco una loca sexual, pero es que me ha entrado algo en el cuerpo, les digo.

Pierce entonces me toma de los hombros y con un siseo me despega de la piel de su cuello, que succionaba como una sanguijuela mientras observo la enorme mancha roja que le he dejado en la piel.

—Mierda... —murmuro, avergonzada.

Intento levantarme, pero Pierce no me lo permite, sin embargo, hace que caiga a su lado y me acueste de costado, mirándolo.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora