CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

59.9K 4.5K 3.5K
                                    

UNA PROPUESTA INDECENTE


PIERCE:

Minerva va acurrucada a mi lado una vez que nos subimos al taxi para volver al departamento. Tiene los ojos caídos por el cansancio post orgasmo, cuando yo todavía cargo con una erección que está a punto de explotar. De todas maneras no es que este esperando que pase nada una vez que lleguemos, aunque si ella es quien comienza todo, tampoco me verán quejarme. Sin embargo lo único que espero es que las cosas no cambien entre nosotros, quiero permanecer de este modo, bueno, no por siempre, por supuesto. Si bien todavía no puedo ponerle nombre a lo que me pasa con ella, estoy muy seguro que es fuerte y como la mierda que esta vez no la dejaré escapar, de eso estoy completamente seguro.

Minerva se remueve contra mi costado y yo aprieto mi agarre en sus hombros, manteniéndola cerca, mi piel erizándose cuando pasea su nariz por mi cuello.

—Tu perfume me encanta —murmura, medio entre dormida.

—Lo sé —respondo con una sonrisa. —Por eso lo uso a diario, eres una chica de perfumes.

—Lo soy —responde, riendo.

Pago al taxi una vez que estaciona en el rellano del departamento y espero a que Minerva baje antes de hacerlo yo y una vez fuera, tomo de su mano para caminar juntos.

No puedo evitar deleitarme con la naturalidad que hacemos estas cosas.

—Estás callado —murmura cuando entramos al ascensor.

Le sonrió, tirando de su brazo para que su espalda esté contra mi pecho y se acurruque contra mi.

—Igual no me quejo —dice, cuando comienzo a dejar besos por su clavícula. —Que este Pierce me encanta.

—Siempre soy el mismo —murmuro.

—No siempre... —responde ella en voz baja.

Antes de que pueda responder nada, las puertas del ascensor se abren y ambos salimos con dirección al departamento en silencio, mientras me maldigo para mis adentros por haberme cargado el momento, sintiéndome un imbécil por lo que dije.

Por supuesto que no siempre soy el mismo, espero por lo menos no serlo, cuando ella más me necesito, la abandone.

Joder.

—Minerva... —digo una vez que cierro la puerta del departamento.

De todas formas no llegó a decir nada cuando se abalanza a mis brazos, llegando a sostenerla justo a tiempo antes de que me bese como solo ella sabe hacerlo.

Su lengua incita a mis labios a abrirse para besarnos profundamente y no puedo —ni quiero— siquiera controlar el gruñido que sale de lo profundo de mi.

Comienzo a caminar sin siquiera poder ver donde, con sus piernas enredadas alrededor de mi cintura y mis manos amasando su culo por debajo del vestido que se ha subido, pellizcando y escuchándola quejarse por el dolor que seguro provoque.

Mis rodillas chocan con el sofá, por lo que me giro y me dejo caer en él, arrastrando a Minerva conmigo.

Nos separamos unos instantes para recuperar el aliento y nos miramos fijamente por unos segundos.

Sus mejillas están sonrojadas nuevamente, sus labios hinchados por los besos compartidos y su mirada brillosa.

—Minerva, yo...

—¿Recuerdas que recién dije que me gustaba ese tierno tu? —Dice ella, con una sonrisa maliciosa en el rostro. —Pues ahora necesito al otro Pierce, al que me folla duro.

Pecado con sabor a caramelo. LIBRO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora