36. Enojo

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Mis ojos estaban cristalizados, mirando fijamente las cenizas que yo había dejado, con mis propias manos. Sentí como Keira y los demás, se acercaron a mi, diciendo mi nombre, más no podía escuchar más que un eco lejano.

—Zu, Jung, Zu Jung —me sacudieron— ¿Que te pasa? ¿Estás bien?

De manera lenta, volteé a ver la mirada de preocupación, que tenía Keira por mi. Veía sus labios moverse, pronunciando mi nombre, pero yo ya no podía oír nada, más que un pitido horrible retumbando en mi cabeza.

Fui llevado a mi habitación y allí me dejaron, por dos, tres o más horas. No quería hablar con nadie, tampoco tenía la fuerza para hacerlo. Sentía que había cometido un gran crimen y que las consecuencias de ello llegarían en cualquier momento.

El pitido en los oídos cesó, pero el dolor que albergaba en el pecho no se iba por más que tratará. Evan entro y se sentó a mi lado, extendiendo un vaso de agua hacia mí.

—Si no bebés por lo menos un poco, te vas a deshidratar —me dijo y yo solo lo observé—. Lo sé, es muy difícil asimilar que has roto una promesa que te esfrozaste demasiado en mantener.

—¿Cómo puedes saberlo? —pregunté en un hilo de voz— Eres tan bueno, que dudo siquiera que hayas hecho algo malo.

—Puede que tengas razón en algún punto. Sin embargo, no hay ser humano en la tierra que pase una vida sin al menos cometer algunos errores. Ya sea que dañes a alguien más o te hagas daño a ti mismo, ya no eres del todo limpio —sonrió—. No es diferente para ustedes.

—Habran diferencias —contradijé—. Los humanos podrán equivocarse pero siempre tendrán más opciones. Nosotros no las tenemos. Morir es lo único que recibiremos, la historia así lo dice.

—¿Y por qué no la cambias? —sugirió él— ¿Acaso querías tu matar a un humano?

Negué de inmediato.

—¿Cuál es la razón para culparte entonces? —se inclinó hacia mi— Zu Jung, es mejor que dejes de actuar como si fueras un niño, que ha roto el juguete de su amigo. Eres el dragón de fuego, conocido por un carácter que las llamas no pueden consumir y el hielo, no pude congelar. Si hay alguien al que deberías culpar, no es a ti, sino a aquel que utilizo a personas inocentes, contra ti.

Miré a Evan, como si se tratase de un hijo siguiendo el consejo de su padre. Máquinaba en mi cabeza sus palabras "No eres culpable" "Aquel que utilizo personas inocentes, contra ti". Fruncí el ceño en su dirección, entendiendo a qué punto quería llegar él.

Y tenía razón. Había perdido cuatro valiosas horas lamentándome y lloriqueando como un bebé, por algo que no fue mi culpa y que no tenía intención de cometer. Era algo que se había salido de mis manos, sin yo saberlo.

No me había dado cuenta de lo inmaduro y desconsiderado que fui con mis compañeros y con aquellas personas también. Ignore el sufrimiento de sus almas y el deseo de un eterno descanso, donde no fueran utilizadas para causar más caos.

—Evan, puede que no lo parezca —recibí el vaso de agua y lo bebi en un segundo—, pero siento que tú eres más que un humano. Al menos para mí.

Él río.

—Cuando era niño —empezó a contarme—, mi mamá y papá ya trabajaban para los padres de Nessie. Ellos me enseñaron y criaron bajo el nombre "consolador", para que nunca le faltará a ella, las palabras que sus padres jamás podrían darle. Tampoco imaginé que terminaría dando consejo a unos cuantos dragones, que se supone son más fuertes que yo.

Espíritu DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora