5. ¿Puedo tumbarme contigo?

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Luisita se frotaba las sienes con los ojos cerrados sentada en el sofá mientras seguía escuchando aquel discurso que estaba durando más de media hora.

- Es que, enserio Luisita, ¿Cuántas veces te tengo que decir que dejes de ir a esa librería? Es que no sé si es que tienes algún problema de audición o simplemente te gusta cabrearme, porque tonta sé que no eres.

Andaba de un lado para otro por el salón mientras se desahogaba con su novia.

- Tienes que centrarte de una puta vez y dejarte de gilipolleces, buscar un trabajo de verdad y empezar a ganarte la vida, ¿o qué esperas? ¿Qué te mantenga yo? Porque no lo voy a hacer, Luisita, pero ni yo ni nadie.

Ya había escuchado todos esos reproches durante meses, por eso empezó a ocultarle que seguía yendo por las mañanas a mirar ese escaparate. Por eso se levantaba temprano para poder admirar aquel local. Sabía que su novia tenía razón, que debía dejarse de sueños imposibles, pero no lo podía evitar, porque aunque fuera imposible, seguía siendo su sueño. Pero no quiso decirlo.

- Pero es que, para colmo, voy y me entero por esa tía de la que no he oído hablar en la vida, y encima, vas y la metes en tu apartamento. ¡Sin consultármelo!

- Sabes que yo no sabía nada, que ha sido todo cosa de mi hermana. – dijo al fin cansada, porque eso ya no podía callarlo.

Bea se quedó callada mirándola de forma sospechosa.

- ¿Y a ti que te pasa con ella?

- A mi nada. – respondió sin mirarla

- Pues claro que sí, y ahora no me vayas a dejar como si estuviera loca, porque no.

La rubia no contestó y Bea suspiró, porque también estaba cansada de que su novia no lo hiciera caso. ¿Tan difícil era que hiciera lo que le pedía?

- Luisita, cielo. Tú sabes que te quiero, por eso quiero lo mejor para ti, porque los sueños no alimentan y más cuando no tienes ninguna posibilidad de alcanzarlos. Así que te lo voy a decir por última vez así que escúchame bien. Olvídate de esa puta librería de una vez. – dijo la última frase con un tono mucho más alto.

Justo en ese momento, se escuchó en sonido de unas llaves seguido del movimiento de la puerta abriéndose para dejar paso a María y a Amelia. Bea cambió su actitud a una mucho más calmada para que no se dieran cuenta de aquella discusión, pero fue inútil, porque sus gritos se habían escuchado desde el portal y las morenas lo escucharon todo. María desgraciadamente no era la primera vez que escuchaba a esa arpía hablarle así a su hermana, pero Amelia se había quedado totalmente sorprendida, con lo callada y amable que le había parecido en la comida, ahora entendía las reservas de Pelayo y María hacia ella.

- ¿Pasa algo? – preguntó la mayor de las Gómez.

- No, que va, me estaba despidiendo ya. – dijo Bea y se acercó a su novia que seguía callada en el sofá para darle un beso rápido. – Después seguimos hablando, ¿vale? Te quiero.

- Yo también te quiero. – dijo Luisita finalmente en bajo.

Bea pasó por al lado de las chicas que aún seguían de pie junto a la puerta y desapareció por las escaleras. No se despidió de ellas, pero les dio igual, sobre todo a María. Ella y Bea se llevaban mal porque obviamente, a María le costaba mucho ver aquellos comportamientos sin intervenir, y Bea notaba esa reticencia, así que simplemente se soportaban por el bien de la rubia.

Las tres quedaron solas en aquel piso y Luisita seguía sentada con los ojos cerrados y la cabeza gacha.

- Luisi, ¿estás bien? – preguntó su hermana con preocupación.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora