37. Imparables.

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Había sido un día largo. Había estado toda la mañana en la librería intentando organizar los pedidos, y toda la tarde en la compañía de teatro aun estableciendo las actuaciones que representarían una vez que la librería estuviera abierta. No sería la primera vez que hacía representaciones infantiles, y sabía de sobra que disfrutaban de cualquier actuación fuera la que fuese, y más los de la asociación, que sólo buscaban evadirse de su realidad. Sin embargo, ella quería que fuera perfecto, quería que quedara en sus memorias aquel momento para cuando estuvieran en casa, pudieran recordarlo.

En definitiva, estaba muy cansada y prácticamente dormida, cuando escuchó el sonido de su puerta abrirse, y aun con los ojos cerrados, sonrió. Solo había una opción posible para la persona que abriera esa puerta y no había nadie más con quien quisiera compartir ese momento de tranquilidad antes de rendirse definitivamente al sueño. Siguió con los ojos cerrados esperando a aquella pregunta que siempre le hacía, sin embargo, no llegó y en cambio, sintió como el lado contrario de la cama se hundía y de repente su olor la invadió.

Dios, ¿habría algo mejor que acabar el día así?

Notó como le empezaba acariciar sus rizos sin haber dicho aún ni una palabra y la sonrisa de Amelia se agrandó, escuchando como se acompañante soltaba una pequeña risa al ver la satisfacción que estaba provocando sus caricias.

– ¿Ya no pides permiso para tumbarte?

Abrió los ojos para encontrarse con aquellos ojos marrones que la miraban con amor, con tanto, que le caló aún más dentro de lo que ya lo hacía normalmente. La única iluminación de toda la habitación era la luz de la luna que se colaba por la ventana y ambas estaban de lado mirándose y Luisita no podía estar más guapa con sus mechones rubios esparcidos por su almohada.

Hacía solo un par de días que habían tenido su primera cita y, aunque ambas hubieran expuesto sus sentimientos claramente desde el principio, no habían definido su relación, ni Amelia tenía prisa. Sabía que Luisita llevaba enamorada de ella casi tanto tiempo como Amelia, pero sabía que, aunque hubiera sido diferente, también lo estuvo de Bea, y no sabía cuánto tiempo más necesitaría para recomponerse de aquella fatídica relación, pero ella esperaría todo el necesario hasta que Luisita estuviera preparada para iniciar una nueva. Mientras tanto, si seguía regalándole caricias como esas, no podría importarle menos que aun no fueran oficialmente novias, porque podía leer perfectamente en esa mirada que solo tenía ojos para ella.

– ¿Acaso me habrías negado el permiso? – Amelia se rio, porque era obvio que no.

– Nunca te ha hecho falta, en realidad, siempre has sido más que bienvenida en mi cama.

– ¿Siempre? Uy, eso te ha quedado un poco pederasta. – y ambas rieron en bajo.

– Me da igual como quede, mis días siempre acababan bien si venías a contarme qué tal te había ido a ti. Aunque hubiera sido bueno o malo, estar ahí para ti siempre me hacía sentir que mi existencia valía la pena.

Luisita la miró extrañada y una punzada le atravesó el corazón al escuchar cómo aquello último lo dijo en un tono algo melancólico.

– ¿A qué te refieres?

– Bueno, pues que cuando creces entre violencia y tu casa se convierte en un infierno constante, a veces te preguntas cuál es tu propósito en esta vida. "¿Para qué he venido? ¿Para aguantar golpes? ¿Gritos? ¿Humillaciones? Porque si es así, lo veo una crueldad". Me pasaba muchas noches dándole vueltas a la cabeza, preguntándome el porqué de mi existencia y el sentido de la vida, de ahí la razón por la que hubo una época que me dio por el universo y el espacio, no sé si lo recuerdas. – dijo riéndose mientras Luisita asentía expectante al resto de la historia. – Sin embargo, cuando dormía en tu casa con todas aquellas dudas, tú entrabas en la habitación como una bocanada de aire fresco y hacías que todos esos pensamientos se esfumaran, porque yo estaba ahí dándote consejos, consolándote por algo del colegio o riéndome de alguna anécdota, pero estaba ahí y tú te reías gracias a mí. Y bueno, cuando creciste y encima te convertiste en la mujer más espectacular del mundo, era imposible no quererte en mi cama cada noche. – dijo lo último con un tono bromista para quitar un poco de intensidad a aquella confesión.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora