28. Tuyo, nuestro.

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Para Luisita, ese último mes estaba siendo todo un caos, y no porque tuviera mil cosas que hacer o no parase en casa en todo el día, que va, la vida de Luisita se había convertido tan caótica simplemente porque la rutina de sus últimos dos años había sido totalmente trastocada. Un mes entero había pasado desde que había cortado con Bea y cada día se sentía más ligera, más ella, y ese vacío que le había dejado Bea cada vez era más pequeño. Sabía que tardaría en cerrarse, o incluso puede que nunca llegara a hacerlo del todo, pero fuera como fuese, ella seguía adelante con su vida. Por tanto, en busca de esa estabilidad que necesitaba últimamente, hizo un repaso mental para intentar recordar cómo era su vida antes de Bea, o qué le gustaba hacer cuando su exnovia no estaba cerca.

¿Os acordáis de cuando os dije que la vida de Luisita Gómez era como la de Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes? Pues esa era otra de las rutinas que echaba de menos. Así que, ese día, decidió levantarse temprano, pasar por la cafetería que tan a menudo iba para comprar su café para llevar, saludó a la camarera (la cual hasta pareció alegrarse de volver a verla), y se llevó su pedido en la mano hasta el que era su destino. Ya no hacía tanto frío, habían entrado en marzo y no necesitaba el calor de la bebida para calentarse las manos, aun así, era una sensación que siempre le había gustado.

Caminaba calle abajo sonriente, reconociendo las calles como si fuera el recorrido que hacía diariamente, a pesar de que llevaba sin acudir a ese local desde aquel día que se encontró a Amelia recién llegada a Madrid, y ya hacía dos meses de aquello. El tiempo había pasado rápido, y a la vez, tantas cosas habían ocurrido en esos dos meses que a Luisita le daba la impresión de que habían pasado años. Y ahora, sólo a unos metros de aquella librería que tanto le encantaba, sentía como las piezas de su vida volvían a encajar.

Sin embargo, esas mismas piezas volvieron a agitarse y caerse al suelo mezclándolas todas cuando sus ojos se fijaron en aquel escaparate. Seguía igual, los libros seguían colocados exactamente de la misma manera e incluso las motas de polvo estaban acumuladas tal y como Luisita las recordaba. Todo estaba absolutamente igual, excepto una cosa, las letras de aquel cartel, donde en él ya no se leía "Se vende", sino un "Vendido" tan grande que dolió más que un puñetazo.

No se podía creer que sus sueños se hubieran esfumado con sólo una palabra de siete letras. Era cierto que aquella librería llevaba en venta mucho antes de que Luisita empezara a acudir a ella con aquel proyecto en la cabeza, pero eso era precisamente lo que le hizo creer que conseguiría ahorrar a tiempo para adquirirla, que llevaba tanto a la venta que parecía que estaba esperándola. Pero no era así, ahora otra persona era dueña del negocio de sus sueños y ahora ella tendría que pasar frente a aquel escaparate y saber que se le había escapado de las manos. Estaba harta de llorar, llevaba un mes en el que sólo era lágrimas, pero es que esta no pudo evitar que se le deslizara por la mejilla. Sabía que también lo superaría, pero al igual que había aprendido con su relación, también tenía que permitirse entristecerse por la perdida de la librería para poder superarla.

Sin embargo, el sonido de unas llaves siendo lanzadas al aire la sacó de su pesadilla, y se giró para ver como volvían a caer en las manos de la persona que se había detenido a su lado.

- Bueno, ¿qué? ¿Haces los honores?

Luisita se limpió la lágrima que había salido de sus párpados y siguió mirando perpleja a la chica de pelo rizado de su lado, cuyos ojos miel la miraban algo brillantes.

- ¿Qué es eso?

- Unas llaves.

- ¿Y para qué son?

- ¿No sabes para que sirven unas llaves? Creo que tenemos un grave problema.

- Amelia, de verdad que no estoy para juegos.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora