42. Reflejos

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Amelia caminaba alegremente hacia la asociación, cosa que nunca creyó posible, porque aquel sitio, aunque hubiera ido pocas veces, sólo le traía malos recuerdos. Pero ahora no, porque ahora iba a recoger a su novia.

Novia.

Cada vez que esa palabra aparecía en su cabeza automáticamente sonreía, daba igual con quien y donde estuviera, la idea de que Luisita fuera su novia era algo que la llenaba de alegría, porque ni ella misma había sido consciente de lo mucho que siempre lo había deseado. Para ella, siempre fue algo imposible, porque estaba más que mal. Pero ahora no, ahora era posible, real y se sentía mejor que bien.

Así que para allá iba alegremente, aunque fuera para verla sólo un rato. Eran las cuatro de la tarde y Luisita sólo tenía media hora para entrar a trabajar al King's, así que a Amelia le pareció una buena idea ir a darle una sorpresa, ya que apenas podían verse por sus horarios. En realidad, en el fondo seguía con aquel miedo a agobiarla, porque no quería que Luisita lo interpretara que fuera a recogerla como lo hacía Bea, que fuera a su lugar de trabajo para asegurarse de que estuviera ahí, para controlarla. Sin embargo, sabía que para que la rubia no lo viera de ese modo, la primera que tenía que actuar con normalidad era ella y tampoco temer caer en los malos actos de la antigua relación de la rubia.

Esta relación iba a salir bien porque ella no era como Bea. Ella no era como su padre.

Entró dentro de aquel edificio y buscó a aquella rubia que hacía que su corazón se parara, pero antes de que tuviera que recorrer aquel lugar pasillo por pasillo, vio a su novia salir de una de los despachos y sin pensarlo, se dirigió hacia ella y no fue hasta que estuvieron realmente cerca que no se dio cuenta de que la rubia no estaba sola, sino que tenía agarrada de su mano a aquella niña de cinco años que derretía a cualquiera con esos ojazos verdes. Y así fue, porque Eva vio antes que Luisita a Amelia, y la sonrisa de la niña se amplió en cuanto vio a la ojimiel.

– Melia. – dijo Eva simplemente, haciendo que Luisita mirara a la misma dirección.

Y en cuanto vio a su novia, el corazón de la rubia dio un vuelco, porque absolutamente siempre verla le alegraba el día.

– Hola, pajarito. – dijo la ojimiel en cuanto llegó a su altura y se agachó a la altura de la niña. – ¿Me das un beso? – le preguntó señalando su mejilla.

Aún cogida de la mano de Luisita, se inclinó para dejarle un sonoro beso en la mejilla a Amelia y a la rubia aquella escena simplemente le derritió. La morena se levantó del suelo para ahora si, quedar a la altura de su novia, y volvió a señalarle su mejilla para desconcierto de la rubia.

– ¿Y tú? ¿También me das un beso? – preguntó Amelia con el mismo tono que lo había hecho con la niña.

No sabía si Luisita quería que la besara en su trabajo, si era apropiado o si simplemente no quería que nadie en el aquel lugar supiera que estaban juntas, al igual que sus familiares, por eso fue a lo seguro y se señaló la mejilla. Y no sabía si había acertado o no, pero lo que supo es que la rubia soltó una risa por aquello y le dio otro sonoro beso como lo había hecho Eva antes. Cuando se separaron, se quedaron mirando y Amelia se dio cuenta de las ganas que tenía la rubia de besarla y su inseguridad se esfumó.

– ¿Qué haces aquí?

– Pues nada, tengo el resto de la tarde libre y pensé que estaría bien recogerte así nos vemos un poco antes de que entres en el King's.

Luisita le sonrió agradecida y la morena supo que había hecho lo correcto en ir.

– Bueno, pues voy a buscar a alguien que se quede con Eva y nos vamos.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora