21. El silencio habla

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Dicen que el tiempo lo cura todo, pero eso no es cierto. Lo que hace el tiempo es dejar que te alejes tanto del daño que te da perspectiva, que te permite hacer un repaso a todo lo que has vivido, y así, poder fijarte hasta en el más mínimo detalle. Te deja volver en tu cabeza a todas aquellas señales que no pudiste ver en ese momento, y por tanto, eso a veces no nos cura, sino que nos hunde más por no habernos dado cuenta de lo ciega que puede llegar a estar una persona. Pues eso es lo que le había estado pasando a Luisita desde que había roto con Bea hacía ya cinco días. Su rutina se había basado en escuchar música y hacer repaso mental una y otra vez de aquellos dos años de relación, preguntándose donde se torció todo. No iba a mentir, esos días había llorado bastante, y lo había hecho mucho más de lo que Bea merecía, pero también lloraba por ella misma.

Estaba viviendo una montaña rusa, porque su interior eran todo contradicciones. Por un lado, la echaba de menos, por supuesto que sí, se había tirado dos años de su vida conviviendo con ella, viéndose a diario, hablando cada segundo, pero por otro lado, ahora al recordar todos aquellos momentos no lo hacía con cariño, sino viendo todos esos reproches y miradas desaprobatorias. Su relación se basaba en dos estados, las peleas, las disculpas y las súplicas constantes, o la euforia y la pasión de la reconciliación donde la rubia se sentía en el cielo por tener una oportunidad más después de creer que la perdería para siempre. Luisita había vivido en un vaivén de emociones totalmente opuestas que la había consumido.

Pero ahora, tumbada en su cama y con tiempo para poder echar la vista atrás, si cerraba los ojos, podía ver la cara de Bea, con esos ojos hipnotizantes y esa sonrisa tan dulce que se torcía justo antes de atacar con sus palabras. Así que si, cuando cerraba los ojos, la echaba de menos, hasta que recordaba todos los errores que cometió junto a ella y lo mucho que la hundió. No la odiaba, ni si quiera le reprochaba todo el daño que había hecho en su autoestima, porque Luisita se sentía cómplice de ello, por abrirle las puertas de su interior de par en par, aunque tenía que admitir que cuando pensaba en ella, su pecho se hundía con una sensación horrible, pero desde luego, ya no la quería, o por lo menos no como ella creía que la quería. Porque si, Amelia tenía razón, eso no era amor, y ella lo sabía, porque ahora era consciente de lo emocionalmente dependiente que había sido de su novia y no, eso nunca es amor. Y ahora, solo necesitaba encontrar la manera de sacarse a Bea de su cabeza, porque se había metido tan dentro de ella que ahora le costaría dejar invocar todos sus susurros al oído dictándole qué está bien y qué no.

No sabía que hora era. Últimamente, le importaba bastante poco. María le había concedido una semana de descanso en el King's, y aunque a ella no le hacía mucha gracia que su hermana se añadiera el trabajo demás, tampoco le dio más opciones. Así que, sólo salía de su casa para ir a la asociación, porque a eso si que no faltaría nunca, pero tenía horarios flexible, por lo que tampoco necesitaba mucho mirar el reloj. Igualmente, aunque no supiera la hora exacta, sabía que era hora de levantarse ya de la cama después de su sesión de música matutina.

Salió de su habitación y la casa parecía estar vacía, ya que reinaba el silencio, además de que sabía que Amelia estaría ya en el teatro. No habían vuelto a hablar desde que Luisita dejó a Bea. Aquella noche Luisita descargó en el hombro de la ojimiel todo lo que llevaba acumulando durante demasiado tiempo y esta la consoló sin decir nada, recolectando las piezas que se iban cayendo de dentro de la rubia. Pero desde el día siguiente, la ojimiel no volvió a sacar el tema, estaba claro que estaba queriendo dejarle su espacio, aunque Luisita si que notaba como a pesar de ello era obvio que Amelia se preocupaba por su estado.

Cuando ya creía estar sola en casa, se encontró a María en el sofá con un libro entre las manos. Aunque su hermana mayor sólo se permitía ausentarse de su local los miércoles, aunque fuera sólo por las mañanas, esa semana estaba siendo una excepción y era más que evidente que María se quedaba en casa para echarle un vistazo a su hermana. Por un lado, aquello le hacía sentirse realmente mal a Luisita, y no sólo porque María desatendiera su trabajo por su culpa, sino porque se sentía una niña pequeña a la que tenían que cuidar. Pero por otro lado... agradecía la compañía de su hermana.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora