51. Capitana Gómez

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Luisita no era una persona que fuese muy fan de las sorpresas. En realidad no le gustaban nada y sólo existía una excepción: ver a su novia.

Estaba esperando a uno de los chicos que tenía que tratar en aquel despacho que le habían asignado y que compartía con otra compañera más. No era nada espectacular pero para ella era mucho. Escuchó unos golpes en la puerta y a continuación, vio aquellos rizos preciosos que tanto le gustaba enredar en sus dedos. Su sonrisa fue automática, como siempre que la veía.

– ¿Se puede?

Ver a Luisita sentada en aquella oficina le llenaba el pecho de orgullo, ver cómo cada vez estaba más cerca de sus sueños.

– ¿Y esta sorpresa? – preguntó levantándose para saludar apropiadamente a su novia.

– ¿No puedo venir a ver a mi novia? – respondió con aquella sonrisa que tanto iluminaba la habitación.

Llegó a su lado y Amelia no tardó en posar una mano en su mejilla para acercarla y dejarle un suave beso en los labios.

– Guapa. – le susurró contra los labios.

Luisita amplió su sonrisa y sus ojos brillaron aún más. Era increíble el efecto que tenía sobre ella una simple palabra, pero sabía que no era tanto la palabra sino la voz que se la susurraba con tanto amor.

– En realidad es que acababa de terminar la sesión y como tenía tiempo, me apetecía pasarme por aquí.

Amelia ya llevaba varias semanas yendo a terapia a una psicóloga que estaba a un par de calles de la asociación. Su mejoría era realmente notoria, seguía teniendo pesadillas pero eran menos frecuentes, cada vez el sexo era más salvaje e incluso ya había probado un poco el vino. Lo que más le costaba aún era echar el pestillo a las puertas, por ahora sólo lo conseguía si en la habitación estaba junto a Luisita y esta la distraía para no ser muy consciente de la situación.

Poco a poco y tiempo al tiempo, pero aun así, Luisita estaba muy orgullosa de sus logros, porque aunque Amelia los viera pequeños, ella sabía que cada paso tenía un valor fundamental.

– ¿Y qué tal?

– Pues bien, ya sabes.

En realidad, no lo sabía. Ni Amelia le contaba mucho de lo que hablaba en las sesiones ni Luisita le preguntaba, aquello era algo de la ojimiel que sólo le compartiría si ella quería. Aunque si que había algo que Luisita si sabía.

– Así me gusta, pero tienes que hacerle más caso y hacer los ejercicios.

Amelia puso los ojos en blanco, porque cometió el "error" de contarle a Luisita que le había mandado como ejercicio escribir sobre cómo se sentía. Hablar sobre emociones negativas era lo que más le costaba a la ojimiel, así que escribirlas era un buen ejercicio para sacarlas de dentro y como sabía que Luisita también había hecho aquello, le hizo ilusión saber que ambas iban a compartir ese pequeño pasatiempo. Sin embargo, pronto la morena descubrió que no era tan divertido como parecía, porque incluso si aquellas letras sólo las leía ella, ponerlas sobre papel dolía. Sin embargo, sabía que si no seguía los consejos de la psicóloga no avanzaría y aquello no serviría para nada.

– Bueno, prometo hacerlos para la próxima sesión.

Luisita sonrió con dulzura, porque lo importante es que, aunque a veces a Amelia le costara, no dejaba de intentar superar y avanzar.

– Oye, amor, que me gustaría quedarme más hablando contigo, pero es que estoy esperando a uno de los chicos para una sesión.

– Sisi, no te preocupes, sé que estás trabajando y no te quería interrumpir, pero, ¿puedo quedarme por aquí?

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora