57. El último tren

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El ser humano es un animal de costumbres, sobre todo con las cosas que amamos. No podemos evitar sacar tiempo siempre para ello, y eso por eso por lo que Amelia sabía con toda certeza que, al salir de la asociación, Luisita se pasaría por la librería a revisar todo antes de irse a casa.

Y como era costumbre también, a esa hora ya no había nadie en la librería porque Amelia solía llegar antes en casa para preparar la cena, es por eso que, al llegar a su negocio, se extrañó al encontrar luz en su interior. No se podía apreciar su interior porque las persianas traslúcidas no dejaban ver nada de lo que pasaba dentro, sin embargo, aquella tenue luz la descolocó, porque era demasiado suave como para ser la luz principal. Metió la llave en la cerradura y la giró, y justo antes de abrirla, sonrió al escuchar del interior de la librería "Qué bien" de IZAL. Terminó de abrir la puerta y podría jurar que había entrado en un sueño.

Todo el lugar estaba decorado de velas de distintos tamaños, siendo la única iluminación, dos copas de vino en la mesa del pequeño mostrador que tenían para atender a los clientes, una manta extendida en el suelo que se imaginó que era para que pudieran sentarse y otra manta para taparse. Y por supuesto y más importante, su preciosa y maravillosa mujer.

Esa misma mañana se habían casado. Aunque intentaron que la familia entendiera que no querían celebrar boda hasta conseguir adoptar a Eva, no consiguieron convencerlos para que no fueran con ellas hasta los juzgados, sobre todo a Marcelino que no quería perderse aquel momento tan soñado por nada del mundo. Marina y María fueron sus testigos, y después se fueron todos juntos al Asturiano a comer un pequeño banquete de bodas improvisado. Podía sonar cutre y pequeño, pero para ellas fue perfecto porque no necesitaban nada más que ellas. Aunque quizás si que les sabía a poco, sabía que algún día lo celebrarían como era debido con Eva siendo la niña de las flores.

Al llegar a casa se quitaron sus anillos de boda y lo guardaron juntos en una cajita, reservados para el día en el que celebrasen su verdadera boda, y Luisita volvió a ponerse el anillo de Devoción como símbolo de promesa.

Si, ambas sabían que algún día celebrarían una boda de verdad dándole todo el significado que merece, sin embargo, Amelia no pudo evitar regodearse en ese concepto aunque fuera sólo durante un día.

Estaba parada en mitad del local con una sonrisa maravillosa y con un vestido blanco de tirantes con un pronunciado escote algo transparente, pudiendo adivinar que bajo él tenía un conjunto de lencería del mismo color. Hasta que Luisita no vio lo hermosos que caían sus rizos por sus hombros despreocupadamente no se había dado cuenta de cuánto le había crecido el pelo desde que había vuelto, haciendo ver lo mucho que pasa el tiempo sin darnos cuenta. Estaba espectacular y Luisita no creyó que jamás pudiera ser tan afortunada.

– ¿Y esto?

A pesar de su desconcierto, no podía borrar la sonrisa de su cara después de ver aquella puesta en escena, y sobre todo, al verla a ella. Dejó sus cosas en el perchero de la entrada y se acercó a ella despacio, como si el tiempo se hubiera ralentizado.

– Sé que dijimos de nada de celebraciones hasta que Eva no estuviera con nosotras, pero... bueno, no me puedes decir que no a la noche de bodas y luna de miel. Además, este viernes inauguramos ya la librería y pensé que era una buena manera de celebrar nuestra noche antes de que nuestro proyecto deje de ser sólo nuestro.

Su sonrisa se amplió al ver lo nerviosa que estaba Amelia por prepararle aquella sorpresa, como si creyese que Luisita podría enfadarse. ¿Cómo se podría enfadar si tenía en aquellas cuatro paredes todo lo que había deseado jamás?

– Es perfecto, Amelia. – y la sonrisa de la ojimiel se amplió aliviada haciendo que el corazón de la rubia diera un vuelco. – Aunque lo de poner velas cerca de los libros no sé si es buena idea, vayamos a provocar ahora un incendio.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora