36. Primera cita

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Si había algo que diferenciaba enormemente a las hermanas Gómez era su actitud para afrontar las mañanas. Luisita era mucho más remolona, odiaba profundamente a su despertador y necesitaba unos diez minutos para poder salir de su cama, y sin embargo, María era todo lo contrario, ni si quiera necesitaba despertador para despertarse a las ocho de la mañana y no tardaba ni un minuto en levantarse y enfrentar el día. Para suerte de María, su mejor amiga siempre fue igual que ella, porque si no la convivencia en la misma habitación durante toda su infancia y adolescencia habría sido bastante complicada.

Así que mientras que la que tendría que estar ya en pie, vestida, desayunada y lista para irse a trabajar era Luisita, eran las morenas las que ya estaban desayunando tranquilamente a pesar de no tener horario de trabajo por la mañana. María se quedaba en casa hasta que al medio día iba al King's y Amelia ahora sólo iba al teatro por las tardes y por la mañana usaba su tiempo libre para estar en la librería. Pero mientras ellas se tomaban el café, escuchaban cómo la rubia maldecía en la ducha lo tarde que se le había hecho y aunque su hermana mayor pusiera los ojos en blanco mientras la escuchaba, la mente de la ojimiel imaginaba otras cosas muy diferentes mientras escuchaba aquel agua cayendo, porque sabía a dónde caían y qué recorrían y nunca había deseado tanto ser agua.

Cuando Amelia salió esa mañana de su habitación estuvo muy tentada a entrar en la de enfrente que aún tenía la puerta cerrada. Ahora la ojimiel se arrepentía de que no hubieran dormido juntas porque después de saber cómo era despertarse junto a ella, ahora odiaba su cama tan vacía, pero ella misma quería poner ese límite, por lo menos hasta que no hablaran en condiciones. El día anterior después de que despertaran juntas por primera vez, no tuvieron ni un minuto durante el resto del día para pasarlo en compañía de la otra, pero al menos se alegró y mucho de haberla esperado por la noche en el sofá porque sino habría sido una verdadera tortura estar tanto tiempo sin poder besarla teniéndola tan cerca.

El sonido del pestillo del baño abriéndose la sacó de sus pensamientos y unos segundos después pudo ver a la rubia lista y vestida aunque con el pelo mojado pasando rápidamente por el pasillo para salir de la casa. Sin embargo, por muy rápido que pasara, Luisita giró la cabeza instintivamente al pasar por la puerta de la cocina y cuando sus ojos chocaron con aquellos de color miel su corazón dio un vuelco, pero sus pies iban demasiados acelerados, así que había pasado de largo sin querer. Volvió a retroceder hasta la puerta de la cocina porque por ver aquella sonrisa de Amelia merecía mucho la pena llegar tarde.

Sin embargo, no fue hasta que cruzó el umbral de la cocina y ya había empezado a hablar que no se dio cuenta de que Amelia no estaba sola.

– Buenos días mi... mi hermana. ¡Hermanita! – dijo Luisita intentando arreglar el casi "mi amor" que estuvo apunto de salirle mientras le cundía el pánico y su hermana la miraba con el ceño fruncido.

– Buenos días, Luisi. – le dijo totalmente extrañada por la euforia.

– Buenos días, Amelia. – y ahora sí, en un tono mucho más calmado, aunque diciendo mucho más con la mirada que con la voz.

– Buenos días, pitufa.

Luisita se mordió la sonrisa disimuladamente y a Amelia le dieron ganas de lanzarse a aquellos labios y ser ella quien los mordiera. La rubia bajó la mirada porque para a ella también le estaba costando un mundo no dirigirse hacia ella y darle ese beso que llevaba toda la noche soñando. Aquella convivencia iba a ser muy difícil.

– ¡Luisi!

– ¡¿Qué?!– dijo volviéndose a su hermana tras asustarse por la palmada tan cercana que dio para despertarla.

– Que te has quedado traspuesta y llegas tarde.

Miró su reloj y abrió los ojos de par en par al ver que su hermana tenía razón.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora