18. Un refugio

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Dos días después, Amelia seguía con aquel nudo en el estómago que se le había formado desde que había tenido aquella conversación tan sincera con Luisita en la que ambas terminaron de sacar del pecho lo que llevaban acumulando durante demasiados años. En realidad, aquellas aclaraciones y el hecho de haber firmado la paz con Bea tendría que haber sido motivo suficiente como para que estuviera mucho más relajada, pero no era así, porque la conversación con Luisita le removió mucho más de lo que pensó, y no por la revelación de sentimientos, sino por haber tenido que revivir de nuevo su marcha.

Aquella mañana de hacía seis años, Amelia se despertó con la mayor de las resacas, aunque en realidad tampoco podría decirlo, ya que había sido la única que había tenido. Aun así, fue horrible, ese dolor de cabeza y esas nauseas era algo a lo que no estaba acostumbrada y para más, cuando abrió los ojos, estaba en sujetador y abrazando a Luisita por la espalda en su cama. No sabía que había pasado, solo sabía que la rubia estaba únicamente en bragas y en su camiseta y le cundió el pánico, pero nunca se habría imaginado lo que realmente pasó. Salió de ahí y en cuanto entró a la habitación compartida con María para coger algo de ropa y salir de aquella casa, Manolita y Marcelino la esperaban en el salón, los dos al tanto de la situación de Devoción. Se iban a encargar de llevar a la ojimiel a la asociación, y aunque ellos no sabrían a qué ciudad la destinarían por protección, sabían que estaría a salvo. Luisita no fue la única de la que no se despidió, con María también hubo un adiós que nunca pronunciaron, pero sabía que la mayor de las Gómez lo entendería porque estaba al tanto del intento de Devoción y Amelia por salir de aquella casa, y estaba segura de que sus padres acabarían contándoselo.

Aunque le dolió en el alma despedirse de todo lo que conocía sin llegar tan si quiera a despedirse, nunca estaría suficientemente agradecida a aquella asociación por la libertad que les brindaron. Así que, desde aquella conversación con Luisita donde Amelia le contó todo, los recuerdos de aquel lugar volvieron a ella. En realidad, sabía cómo aplacar aquella presión que se había instalado en su pecho, y era volviendo a aquella asociación e intentar encontrar a alguna cara conocida a la que pudiera agradecer toda la ayuda que recibieron. Sabía que si su madre siguiera aquí, habría sido lo primero que hubiera hecho nada más volver a Madrid. Bueno, quizás lo segundo después de ir a ver a los Gómez.

Así que, sin posponerlo más, decidió que esa mañana iría la asociación y seguir afrontando fantasmas del pasado. Se duchó rápido, desayunó sola, y salió de aquella casa dejándola vacía. En realidad, a veces le daba la impresión de que vivía sola, María se tiraba el día en el King's y Luisita si no estaba ahí estaba en aquel otro sitio misterioso del que no soltaba prenda. En realidad, Amelia siempre hacía como que no le importaba, pero en realidad le comía la intriga, y no por curiosa, sino porque a veces, cuando volvía de ese sitio su humor cambiaba completamente y no podía parar de preguntarse cual sería el motivo, y no quería aventurarse, pero le daba la sensación de que era un lugar a donde escapaba de su realidad. Fuera lo que fuese, parecía ser algo importante para la rubia, y ella esperaría lo que hiciera falta para que se lo contara.

Conforme avanzaba hacia aquel camino tan conocido, el nudo de su pecho se iba agrandando, mientras iba en el autobús, mientras caminaba con las calles cercanas y, sobre todo, cuando estuvo frente a la fachada de aquel edificio. Vale, tenía que reconocer que aquello le estaba costando más de lo que pensaba, cada dejavú volvió a ella como si nunca se hubiera ido. Respiró hondo y se preparó para entrar, aunque unos minutos después describiría que nada la habría preparado para lo que encontró dentro.

Abrió las puertas de aquel lugar y una oleada de sensaciones la invadió. Se fijó en como todo estaba bastante cambiado, con más color. Se notaba mucho que ahora le daban bastante importancia a la parte infantil que es salpicada por aquella violencia, pues se veían dibujos decorando aquellas paredes y fotos por todos lados. En realidad, Amelia tampoco había estado tanto tiempo entre aquellas paredes, pues cuando empezaron a acudir, ella tenía ya la mayoría de edad, pero era cierto que recordaba siempre a niños y niñas correteando por ahí y alegrando el ambiente.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora