61. Jueves

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Subía por el ascensor de su edificio lanzando hacia el aire las llaves de su moto. En realidad, aquel vehículo lo había comprado por la rapidez para moverse por Madrid, ya que del apartamento a la consulta que había montado, hasta los juzgados donde ya ejercía como psicóloga perito en algunos juicios, se formaban unas caravanas que hacían que se tirara el día en la carretera y la moto era la clara solución para esto. Cuanto antes llegara a su casa mejor, porque no había nada que le gustara más en este mundo que pasar tiempo con su mujer y su hija.

Aún se le hacía raro pensar en cómo su vida había cambiado tanto, ya que hacía cuatro años vivía víctima de una relación psicológicamente abusiva y se sentía más sola que nunca, y ahora, un año después de que celebrara la boda con Amelia y que la adopción de Eva fuera formal, su vida había dado un giro tremendo.

Y si, le encantaba terminar de trabajar y llegar a casa junto a ellas, sin embargo, esas dos últimas semanas alargaba sus horas en la consulta aun cuando no tenía ningún paciente. Odiaba pasar tiempo abrazada a Amelia sabiendo que le estaba ocultando algo demasiado importante. Odiaba mentirle.

Llegó a la puerta del apartamento e incluso antes de girar la llave, pudo escuchar como voces algo alzadas se escapaban del interior. Suspiró porque la verdad, también estaba cansada de aquello. Eva estaba a unos días de celebrar su noveno cumpleaños y ya estaba pasando por aquella fase tonta preadolescente protestona y Amelia no era demasiado buena tratando con aquello. Abrió la puerta, dejó sus cosas en la entrada y siguió a aquellas voces que salían desde la cocina

– He dicho que no quiero que venga. – protestó Eva cruzando los brazos.

Normalmente, a Amelia le hacía mucha gracia como aquella actitud tan cabezota parecía haberla heredado directamente de los Gómez, pero era cierto que la ojimiel, durante aquellos días, tampoco tenía mucha paciencia.

– Pues que pena, porque va a venir.

– Pero, ¿por qué? – lloriqueaba la niña

– Porque te lo digo yo que soy tu madre y punto.

– ¡Pues por eso! Vosotras sois mis madres, no ella.

Amelia seguía preparándole el bocadillo a Eva para que se lo llevara al partido de futbol que tenía que jugar en una hora, sin levantar la cabeza de aquellos ingredientes, sin mirar ni a su mujer, y Luisita se paró mirando aquella escena sin estar muy segura quien de las dos era quien estaba teniendo la rabieta.

–¿Qué pasa aquí? – preguntó la rubia haciendo que Amelia la mirara por primera vez desde que había llegado.

– Nada, aquí tu hija que no quiere que su madre venga a su cumpleaños.

– Que Isabel no es mi madre, ¡joder!

Se arrepintió de haber usado por primera vez en su vida aquella palabrota en cuanto salió de su boca, y la mirada que le echó Amelia le confirmó que se acababa de meter en graves problemas.

– A tu habitación, ya.

Eva resopló con fuerzas y pasó junto a Luisita para dirigirse a su habitación y cerrar de un portazo, provocando que, tras aquel sonido, todo el apartamento se quedara en silencio.

Luisita se quedó mirando a Amelia viendo cómo su cuerpo estaba lleno de frustración, hasta que aquellos ojos miel chocaron durante unos segundos con los suyos y volvió a prepararle aquel bocadillo a su hija sin decir nada más. La rubia suspiró también con frustración, sabiendo que en parte, todo era culpa suya.

Ellas estaban bien, su relación era tan perfecta como siempre lo había sido, hasta que hacía un par de semanas Luisita había empezado a ocultarle aquello a Amelia, y sabía que la ojimiel la conocía demasiado bien, sabía que estaba pasando algo, y que respetaría su espacio hasta que fuera ella quien se lo contara. La conocía demasiado bien como para saber que Amelia estaba sufriendo en silencio por el motivo de las horas extras laborales de su mujer, y las respuestas evasivas y poco sustanciales cuando le preguntaba el motivo.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora