33. Es mucho lío

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Definición de tortura: pena o sufrimiento moral o físico muy intenso y continuado que siente una persona. Pues eso es lo que estaba sintiendo Amelia viendo a Luisita con aquella falda tan corta subida en una de las escaleras enganchada a los estantes de la librería, una tortura.

Desde que Amelia se dio cuenta de que la rubia ya no era una niña, siempre pensó que tenía muy buen cuerpo. Era cierto que se había dado cuenta desde que había vuelto que la rubia estaba mucho más delgada de lo que solía estarlo, pero eso no evitaba que su figura tuviera unas curvas espectaculares, tanto que le quitaba el aliento cada vez que se tomaba unos segundos para observarla. No solía hacerlo, Amelia nunca había permitido que su imaginación volase cuando se trataba de Luisita y las mil maneras que habría de recorrer de su piel, pero es que esa falda... una verdadera tortura.

Se pasó la lengua disimuladamente por los labios y cuando se dio cuenta de su propio acto quitó su vista de aquel monumento, la subió y se dio cuenta de que Luisita la miraba expectante, como si estuviera esperando algo de ella. Le cundió el pánico, pero pronto se dio cuenta de que la rubia no se había enterado de las fantasías que había montado su cerebro.

– ¿Me estás escuchando?

– No, perdona. – Amelia se aclaró la garganta y esperó a que Luisita terminara de bajar de aquellas escaleras y reunirse con ella. – ¿Qué me estabas diciendo?

– Que si habías apuntado el libro que te he dicho.

– No, a ver, espera. – cogió un bolígrafo y su libreta mientras Luisita la miraba desde el otro lado del mostrador. – Alma y ¿qué más?

– Alma y los siete monstruos, de Iria G. Parente y Selene M. Pascual.

– De acuerdo... - dijo mientras lo apuntaba. - ¿De qué va?

– Pues de la ansiedad y depresión y cómo ver los síntomas, y como está relatado desde los ojos de una niña pues creo que es ideal para tenerlo aquí.

– Pues si, lo es.

Y Amelia le sonrió ampliamente olvidando el pequeño momento de pánico que le había invadido antes, porque ella nunca se sentiría incómoda junto a la rubia y aquella actitud era absurda. Luisita le devolvió la sonrisa y eso fue definitivo para disipar todo aquello que le había recorrido el cuerpo, porque siempre que la rubia le sonreía, espantaba todas las tormentas de su interior y sólo dejaba paso para ese placer que se siente cuando estás en un sitio seguro, sabiendo que nada te pasará, que puedes ser tú misma. Así que, apartó totalmente la tonta tensión que se había creado en su interior y siguió actuando con ella tal y como lo había hecho siempre.

Salió del mostrador con un metro en la mano para medir un pequeño espacio y calcular qué revistero debía pedir que le cupiera. En cuanto pasó por delante de la rubia, Luisita no pudo evitar que sus ojos se fueran hacia aquel culo perfectamente enmarcado en unos vaqueros ajustados. La hipnotizaron. Amelia siempre había tenido ese efecto en ella, el de dejarla embobada sólo con mirarla durante un segundo, pero es que ese día Amelia estaba especialmente guapa. Iba sencilla, unos pantalones vaqueros de tiro alto con una blusa roja corta con un nudo y un lazo como felpa también rojo. Exactamente, del mismo color que se puso la cara de Luisita en cuanto Amelia se agachó para medir. Necesitaba urgentemente apartar la vista de su trasero, pero es que no podía, y cada vez el calor de su interior se iba encendiendo más y más.

Amelia se levantó al mirarla pudo ver cómo estaba algo acalorada.

– ¿Estás bien?

– Si, si... es que... hace calor, ¿no? – dijo abanicándose con su mano.

– Ni que lo digas. – dijo Amelia volviendo a mirar unos instantes aquel corte de su falda. – ¿Quieres que abra la ventana?

– No, no, no. Deja, ya lo hago yo. – porque no iba a permitir que volviera a excitarla con aquella imagen que era su cuerpo.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora