65. A cenar

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Estaban sentadas en el sofá de aquel gran salón con una decoración demasiado sofisticado y fina, mientras esperaban pacientemente. Bueno, mientras esperaban a secas, porque los nervios les comían a ambas. Sin embargo, como esta ocurriendo por primera vez durante esas semanas, era Amelia la que exteriorizaba más los sentimientos mientras Luisita se los callaba. Quería estar fuerte para Amelia, ser su apoyo y no dejarse llevar por sus emociones, así que intentaba estar lo mas zen posible. Era muy difícil, porque si algo caracterizaba a Luisita Gómez era lo mucho que exteriorizaba siempre todo lo que pasaba por su cabeza, y no sólo porque su trabajo le hubiera enseñado lo muy importante que era sacar todo lo que te pasaba por dentro, sino porque su personalidad le hacía ser así. Desde luego, si había algo que había heredado de su padre era eso.

Pero no, esta vez no, no iba a transmitir a Amelia toda la inseguridad que pasaba por su interior, incluso si eso significaba que tenía que acumularlo en su interior.

Así que, mientras ella hacia una cuenta atrás en su interior para serenarse, Amelia estaba a su lado sentada moviendo la pierna nerviosa esperando a que Salvador terminara de contarle a su madre aquella bomba.

No sabía por qué le importaba tanto aquella conversación, al fin y al cabo, ella acababa de conocer a esas personas y no tenía que importarle ser aceptada, pero, joder. No se había dado cuenta cuánto deseaba ser aceptada por los Gascón hasta ese mismo instante, porque su familia siempre habían sido los Gómez, pero la idea de tener una familia de sangre hacía que su corazón latiera a mil. Era una tontería, ella ya tenía una familia, pero ahora que había visto tanto de su madre reflejado en aquel hombre, quería saber más, sobre todo porque aún tenía muchas preguntas sin responder.

Su cabeza iba a mil hasta que notó la mano de su mujer posarse en su rodilla y, automáticamente, paró aquel movimiento nervioso del que ni si quiera era consciente. Miró a Luisita y dejó que su sonrisa la tranquilizara como sólo ella sabía.

Pero antes de que ninguna dijera nada, Salvador apareció en aquel salón con aquel semblante tan serio que le caracterizaba. Durante unos segundos, la mirada de Salvador viajó a aquella mano que Luisita tenía en el muslo de Amelia y, aunque su cara seguía inexpresiva, la rubia quitó aquella mano como si estuviera haciendo algo malo.

No le gustaba sentir que lo su relación con Amelia era algo malo, sobre todo porque Amelia lo había sentido así durante demasiados años y odiaba que esa sensación volviera a ellas. Y, aunque ella no fuera consciente, esa era otra nube oscura que se le acumulaba a Luisita en su interior.

– La cena está lista.

Se levantaron y siguieron a Salvador hacia el comedor de aquella casa, cuya mesa estaba decorada como si fuera la portada de una revista. Mientras miraban aquella mesa con tantos entrantes, Emilia entró con una cazuela enorme para colocarla en el centro.

– Pero Emi, esto es muchísimo. No hacía falta. – dijo Amelia aún miran do a aquel despliegue de comida.

– Tonterías, habéis hecho un viaje muy largo y no seré yo quien os deje ir a la cama con hambre. Además, para mi sobina y, su mujer. – dijo lo último susurrando. – lo mejor.

Les guiñó el ojo y ambas sonrieron inevitablemente. Pero antes de que pudieran decir nada más, Dolores entró en el comedor y aunque Luisita no supiera por qué, un escalofrío le recorrió entera. Es como cuando tu instinto se adelanta a tu lógica, manteniéndote alerta.

Se había cambiado de ropa y ahora iba con ropa negra, y estaba claro que se había puesto el luto. No era de extrañar que una persona tan tradicional se sintiera en la obligación de vestirse así tras la muerte de una hija. Sin embargo, era lo único que indicaba su pésame, porque su cara no expresaba ningún pesar.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora